El
suicidio infantil y juvenil es el eco desgarrador de un dolor que no siempre sabemos
escuchar. Es la evidencia dramática de un sistema familiar, social y cultural
que, muchas veces, no logra ofrecer espacios seguros, palabras oportunas, ni
presencias sanadoras. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma: “El
suicidio es una de las principales causas de muerte en adolescentes a nivel
mundial” (OMS, 2023).
El psiquiatra español Enrique Baca-García advierte: “Los niños y adolescentes no siempre tienen el lenguaje emocional para expresar su sufrimiento, por eso el suicidio termina siendo un acto de comunicación extrema” (Baca-García, 2021). Detrás de cada niño o joven que decide acabar con su vida hay un entramado de factores que debemos mirar con valentía, con amor y con profunda responsabilidad. Este ensayo pretende desentrañar las razones más profundas de este drama y proponer caminos concretos de esperanza. Es hora de hablar sin tapujos estos temas que tocan las entrañas más profundas del ser humano.
DATOS ESTADÍSTICOS EN COLOMBIA Y EL MUNDO
El fenómeno del suicidio infantil y juvenil no es un hecho aislado ni exclusivo de ciertos contextos: es una epidemia global silenciosa que se expande como un cáncer social difícil de detener. Los números son fríos, pero detrás de cada cifra hay un nombre, una historia, una familia rota, un niño que no encontró salida.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2023), el suicidio es responsable de aproximadamente 700.000 muertes al año en el mundo. Cada 40 segundos, una persona se quita la vida; cada una de esas muertes deja una estela de dolor que afecta a familiares, amigos, compañeros de escuela y comunidades enteras. Lo más estremecedor es el ascenso alarmante en las edades más tempranas. Actualmente, el suicidio es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años a nivel global, superando incluso los accidentes de tráfico o enfermedades crónicas en algunos países.
En América Latina, la situación es igualmente preocupante. Según el informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2023), el suicidio juvenil se ha convertido en una emergencia silenciosa, alimentada por la desigualdad social, la violencia estructural, la pobreza, el narcotráfico, la desintegración familiar y la falta de sistemas de salud mental eficaces. Las tasas de suicidio en adolescentes han crecido un 25% en la última década en varios países de la región.
En Colombia, el panorama no es menos alarmante. El Instituto Nacional de Medicina Legal (2023) reporta que, en 2022, 428 niños, adolescentes y jóvenes entre los 10 y 24 años se suicidaron. Es decir, más de un joven cada día decide poner fin a su vida en el país. Lo inquietante es que las cifras han mostrado un crecimiento sostenido en los últimos cinco años, especialmente en menores de 14 años, un rango etario donde antes los casos eran aislados y ahora se vuelven inquietantemente habituales.
El
informe detalla que: Entre los 10 y 14 años, hubo más de 60 suicidios
reportados en 2022; en la franja de 15 a 19 años, las cifras superaron los 190
casos; en el grupo de 20 a 24 años, la cifra alcanzó los 178 suicidios.
A estos números se suman los intentos de suicidio que no culminan en la muerte, pero dejan profundas secuelas físicas y psicológicas. Según el Ministerio de Salud de Colombia (2023), los intentos de suicidio en adolescentes han aumentado en un 40% desde la pandemia del COVID-19. La cuarentena, el aislamiento social, el incremento de la violencia intrafamiliar y la crisis económica funcionaron como un cóctel explosivo para disparar los trastornos depresivos y los pensamientos suicidas.
Las
regiones con mayores tasas de suicidio juvenil en Colombia incluyen zonas
rurales golpeadas por la pobreza y el conflicto armado (como Nariño, Cauca,
Chocó y algunas zonas de Antioquia); también se observa un ascenso preocupante
en grandes ciudades como Bogotá, Medellín y Cali, donde los fenómenos de
bullying escolar, acoso digital, consumo de sustancias psicoactivas y presión
social agravan el riesgo.
¿POR QUÉ SE SUIDICAN LOS NIÑOS Y LOS JÓVENES?
El peso aplastante de la desesperanza emocional
El dolor emocional sostenido puede convertirse en un abismo insoportable. Los niños y adolescentes viven sus emociones con intensidad extrema, sin la madurez neurológica ni las herramientas psicológicas suficientes para gestionarlas. Una decepción amorosa, un fracaso escolar o el rechazo de un grupo de amigos puede adquirir dimensiones catastróficas en su mente.
Si no encuentran adultos que validen sus sentimientos, que los acompañen sin minimizar su angustia, la desesperanza se vuelve crónica. En ese vacío afectivo, el suicidio no aparece como deseo de morir, sino como una estrategia desesperada para apagar el sufrimiento.
2.
Bullying y acoso escolar crónico
El acoso escolar no es un simple juego de niños. La repetición sistemática de humillaciones, insultos y exclusión social mina la construcción de la identidad. La víctima, progresivamente, comienza a creerse indigna de afecto, incapaz de ser amada, y se auto percibe como un “error”. Las redes sociales han potenciado este flagelo, permitiendo que el bullying siga golpeando incluso dentro del dormitorio del niño, sin espacio seguro de respiro. Muchos suicidios tienen su raíz en esta tortura silenciosa, donde el niño pierde la fe en la posibilidad de ser aceptado tal como es.
3.
Violencia intrafamiliar y ausencia de afecto seguro
Cuando el hogar es el escenario de gritos, golpes, malos hábitos y palabras, abusos sexuales o indiferencia, la mente infantil interpreta que el mundo entero es hostil. La falta de afecto seguro erosiona las bases mismas de la autoafirmación vital. Crecen con una narrativa interior donde su existencia parece no tener valor ni significado. No solo sufren en el presente, sino que su desarrollo emocional queda truncado, atrapados en un dolor primitivo que, si no se atiende, puede transformarse en la semilla de una tragedia irreversible.
4.
La sobreexposición digital y la cultura de la comparación
En
la era digital, los adolescentes construyen su autoestima sobre plataformas
frágiles. Se comparan con modelos de belleza, éxito y felicidad artificialmente
editados. Crecen convencidos de que su vida es miserable frente a los
estándares irreales que consumen a diario. La búsqueda ansiosa de “likes” como
termómetro de su valía personal genera un vacío creciente.
Las frustraciones se acumulan en la mente como microfracturas emocionales que, sin tratamiento, pueden colapsar bajo el peso de la frustración, la humillación y la sensación de insuficiencia.
5.
El abandono espiritual y existencial
El ser humano necesita sentido. Los adolescentes, en especial, atraviesan una etapa de búsqueda de propósito, de identidad y de dirección vital. En un mundo secularizado, donde los grandes relatos existenciales se han desdibujado, muchos jóvenes navegan en un vacío interior que los deja vulnerables ante el dolor. La espiritualidad, entendida como búsqueda de sentido, pertenencia y trascendencia, ofrece un ancla poderosa. Sin ella, el sufrimiento puede adquirir un carácter absoluto, intolerable, sin horizonte de redención.
La espiritualidad es ajena a muchos niños y jóvenes porque se centra en rezos y devociones alejados de la realidad y se ha perdido la vivencia de la fe. El elemento religioso pasa a ser algo secundario, aburrido y extraño a la vida cotidiana.
¿QUÉ HACER PARA QUE LOS NIÑOS Y LOS JÓVENES SE ALEJEN DE LA POSIBILIDAD DE QUITARSE LA VIDA?
1. Crear entornos familiares emocionalmente seguros
La prevención comienza en casa. Los padres deben formarse en competencias emocionales, aprender a validar los sentimientos de sus hijos, generar espacios de diálogo seguro donde todo pueda hablarse sin miedo a juicios ni castigos. El niño necesita sentir que es amado incluso cuando fracasa, cuando llora o cuando duda. Las familias emocionalmente sanas no son aquellas que evitan los conflictos, sino las que saben gestionarlos con amor y respeto.
2.
Intervención temprana en los sistemas escolares
Las escuelas no pueden limitarse a transmitir contenidos académicos. Deben convertirse en espacios de detección temprana de sufrimiento emocional. Programas de prevención del bullying, formación docente en salud mental, trabajo colaborativo con psicólogos escolares y protocolos de intervención ante señales de alerta pueden salvar vidas. El modelo finlandés “KIVA” es un ejemplo inspirador de cómo la escuela puede ser un verdadero bastión de salud emocional.
KIVA (palabra finlandesa que significa “agradable” o “amable”) es un programa integral de prevención del acoso escolar creado en Finlandia en 2007 por investigadores de la Universidad de Turku, con apoyo del Ministerio de Educación finlandés.
Su objetivo principal es prevenir el bullying antes de que ocurra, intervenir cuando aparece y cambiar las dinámicas sociales que lo sustentan. Pero su gran originalidad, y la clave de su éxito, es que no se enfoca únicamente en el agresor y la víctima, sino especialmente en los testigos silenciosos, aquellos compañeros que observan el acoso sin intervenir.
El programa entiende que el bullying se mantiene porque los espectadores (el público) muchas veces refuerzan al agresor, ya sea riéndose, guardando silencio o simplemente no actuando.
KIVA trabaja directamente con los grupos de compañeros, formando redes de apoyo, cambiando las normas sociales y empoderando a los testigos para que dejen de ser cómplices pasivos. Se realizan actividades regulares en las aulas, donde los niños y adolescentes aprenden sobre empatía, respeto, habilidades sociales, resolución de conflictos y manejo de emociones. Desde pequeños se les enseña que ser espectador pasivo es una forma indirecta de violencia.
El equipo KIVA no castiga, sino que media, dialoga, contiene emocionalmente y sigue de cerca a víctimas y agresores. Se utilizan videojuegos, simuladores virtuales y materiales interactivos donde los estudiantes pueden aprender habilidades sociales en contextos simulados. Estos métodos atraen mucho a los adolescentes, haciéndolos partícipes activos de su formación.
El KIVA funciona porque cambia las normas sociales del grupo, rompiendo la “admiración al agresor”; empodera a los testigos, convirtiéndolos en defensores activos de la víctima; trabaja de forma preventiva y continua, no reactiva; forma parte de la cultura escolar diaria, no como un taller aislado y mide permanentemente el clima emocional de los estudiantes, permitiendo actuar temprano.
3.
Regulación del uso de tecnología y educación digital
No se trata de prohibir la tecnología, sino de educar en su uso responsable. Los padres deben acompañar, establecer límites saludables de exposición, dialogar críticamente sobre los contenidos consumidos y fortalecer la identidad de sus hijos al margen de las redes. La alfabetización digital debe ser tan importante como la alfabetización académica.
4.
Fomentar la espiritualidad y el sentido de trascendencia
La espiritualidad no es solo cuestión religiosa. Es el cultivo de valores, la búsqueda de propósito, el descubrimiento de que la vida tiene un “para qué” más allá del dolor inmediato. Acompañar a los niños y adolescentes en su búsqueda interior, sin imposiciones dogmáticas, abre ventanas de esperanza y fortalece su capacidad de resiliencia.
A
MODO DE CONCLUSIÓN
El suicidio de niños y jóvenes es un espejo brutal de nuestras fallas colectivas. Cada muerte es un grito silencioso que nos sacude las entrañas: ¿Dónde estábamos cuando gritaba su alma? ¿Quién le tendió la mano? ¿Quién fue el adulto capaz de sostenerlo en su naufragio emocional?
No basta con lamentarnos tras cada tragedia. Se requiere un compromiso radical y urgente de todos los actores sociales: familias, escuelas, Iglesias, gobiernos, medios de comunicación. La prevención es posible, y exige voluntad política, formación profesional continua, programas sostenidos, recursos suficientes y, por encima de todo, una inmensa dosis de humanidad. Los niños no deberían tener que gritar en silencio para que el mundo los escuche.
Hoy, más que nunca, la vida de cada niño depende de nuestra capacidad de amar, escuchar, educar y acompañar. Que ninguna otra silla vacía en el aula, ninguna otra cama vacía en casa nos recuerde demasiado tarde que fallamos. El grito de los pequeños es aún rescatable. El momento es ahora.
Película
recomendada
A
dos metros de ti (Five Feet Apart, 2019)
Aunque gira en torno a la enfermedad, es una metáfora conmovedora sobre el anhelo de vivir, la fragilidad emocional y la lucha por encontrar esperanza aun en los límites de la existencia.
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