La Iglesia entera hoy guarda silencio, un silencio que pesa, que duele, que ora. Se ha marchado hacia la Casa del Padre quien durante años fue más que un Papa: fue un hermano, un padre, un amigo, una voz de los que sufren…; Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, ha cerrado sus ojos en la tierra y los ha abierto para siempre en el rostro de Aquel en quien tanto creyó y a quien tantas veces nos enseñó a buscar: Jesús, el Señor de la ternura, el rostro de la misericordia.
Quedan atrás los discursos, las visitas, las imágenes de sus viajes apostólicos y sus encíclicas, pero su presencia —como la de todo verdadero pastor— ya no se mide en kilómetros, sino en corazones alcanzados.
En
este artículo deseo destacar 6 aspectos que, en mi consideración, son parte del
legado de quien supo tocar corazones y construir puentes de encuentro.
La
Revolución de la Misericordia
Francisco
fue, antes que nada, el Papa de la misericordia. Con palabras y gestos, con
silencios y miradas, tejió para la Iglesia un manto nuevo, hecho de compasión y
acogida. Su pontificado comenzó con una frase que sigue desarmando corazones: “El
nombre de Dios es misericordia”.
Esa
certeza iluminó cada encuentro con los descartados, cada exhortación a los
pastores para que “salgan de la sacristía” y abracen la fragilidad humana. Con
la Encíclica Misericordiae Vultus instituyó un Año Santo para que nadie quedara
fuera del abrazo de Dios.
El Papa de la sencillez y la cercanía
Más
allá de documentos, discursos o viajes, Francisco nos enseñó que la autoridad
en la Iglesia no se ejerce desde un trono, sino desde la humildad y la
cercanía. Su estilo rompió protocolos sin romper el respeto; despojó la figura
papal de todo exceso para mostrar la esencia: ser servidor.
Desde
elegir vivir en la Casa Santa Marta y no en el Palacio Apostólico, hasta
rechazar lujos, usar un anillo sencillo y desplazarse en autos modestos,
Francisco nos predicó con el ejemplo la sobriedad evangélica: “El verdadero
poder es el servicio”.
Con
cada gesto cotidiano nos recordó que quien se eleva es quien más debe
inclinarse. Fue, en esencia, un Papa que vivió como hermano y murió como padre.
La Iglesia como hospital de campaña
Francisco
nos recordó que la Iglesia no es un museo de perfectos, sino un hospital de
campaña en medio de las batallas humanas. Llamó a los pastores a tener “olor a
oveja”, a no temer ensuciarse las manos en las periferias existenciales.
“Prefiero
una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una
Iglesia enferma por encierro y comodidad”.
Este
llamado no fue teoría: lo vivió cada vez que se acercó a un migrante, a un
enfermo, a un preso. Nos enseñó que la “ortodoxia sin compasión es solo
arrogancia disfrazada”.
Cuidado
de la Casa Común
Con la
encíclica Laudato Si’, Francisco se convirtió en la voz profética de la Tierra,
defendiendo la creación no como ecologista de moda, sino como discípulo fiel
del Creador. Nos enseñó que la crisis ecológica es también una crisis
espiritual: “Todo está conectado”
Este
grito, tan simple como revolucionario, despertó conciencias en todo el mundo,
trascendiendo credos y fronteras. Su pasión por la creación fue un acto de amor
hacia las futuras generaciones.
La cultura del encuentro
En un
mundo dividido por muros ideológicos, religiosos y culturales, Francisco sembró
puentes, no trincheras. Fue el primer Papa en visitar lugares emblemáticos de
diálogo como la isla de Lesbos, el muro de Jerusalén, Abu Dhabi y las
periferias del mundo: “El tiempo es superior al espacio”.
Con
esta expresión enseñó que las soluciones duraderas nacen del encuentro paciente
y no de la conquista rápida. Su magisterio derribó prejuicios, y su testimonio
derritió distancias.
La alegría del Evangelio
Francisco
devolvió a la Iglesia la sonrisa serena del que sabe que el Evangelio es, sobre
todo, Buena Noticia. Su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, es
un canto de esperanza para todos los tiempos: “No dejemos que nos roben la
alegría evangelizadora”
Sus
gestos sencillos; como saludar a los barrenderos antes que a los dignatarios,
nos recordaron que la fe no es un título, sino un estilo de vida que se
contagia con amor.
Francisco:
el Papa que nos enseñó a amar con gestos.
Su
pontificado ha terminado, pero su Evangelio vivido sigue latiendo. Hoy el
corazón de la Iglesia no está de luto, está de gratitud. Porque mientras haya
alguien que sirva, que escuche, que camine junto al pobre, que defienda la
dignidad humana y que crea que Dios es Misericordia, allí, muy dentro, seguirá
resonando su voz suave y firme: “Recen por mí”. Y hoy, querido Francisco,
rezamos, sí y, sobre todo, te damos gracias.
Textos del Papa Francisco para la meditación
“La
esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las
pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse
a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna” (Fratelli Tutti, n. 55, Encíclica,
3 de octubre de 2020).
“La
ternura es el lenguaje de los pequeños, de los que necesitan el otro. Ternura
es mirar con los ojos, escuchar con los oídos, acercarse y tocar” (Homilía de
la Nochebuena, Basílica de San Pedro, 24 de diciembre de 2014)
“El tiempo es superior al espacio. El tiempo inicia procesos, el espacio cristaliza posesiones. Dios vive en el tiempo, en los procesos” (Evangelii Gaudium, n. 222, Exhortación Apostólica, 24 de noviembre de 2013).
0 Comentarios
Tu comentario ayuda a profundizar la reflexión y el análisis. Muchas gracias.