Mgtr. en Violencia Doméstica y de Género, teólogo, escritor y comunicador
La
cruz es el púlpito más alto desde donde Jesús pronunció las palabras más
humanas y divinas que el mundo ha escuchado. No son gritos de derrota, sino
gemidos de amor, de esperanza, de reconciliación.
En esas siete palabras, el Crucificado nos revela un Dios que no abandona, que no excluye, que no condena, sino que abraza la fragilidad humana con ternura infinita.
Hoy, escuchemos esas palabras como si fueran dirigidas a cada uno de nosotros, como si fueran la primera vez... y también la última.
1. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34)
La
primera palabra no es un reproche, es una súplica. Jesús, colgado entre el
cielo y la tierra, intercede por aquellos que lo hieren, lo desprecian, lo
abandonan. Su corazón no se cierra en el dolor, sino que se expande en
compasión. ¡Cuánto necesitamos aprender a perdonar en lugar de acumular
rencores! En un mundo que juzga rápido y perdona lento, esta palabra nos enseña
que el amor siempre es más grande que la ofensa.
Oración
Señor,
enséñame a perdonar como Tú, aunque duela, aunque no entienda, aunque parezca
imposible.
2. “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23,43)
El
ladrón no merecía misericordia según las reglas humanas, pero Jesús no es un
juez que suma culpas, sino un Salvador que multiplica esperanzas. En sus
últimas horas, el buen ladrón descubre que su vida no era un fracaso total, que
siempre es posible volver al corazón de Dios, incluso en el último segundo.
Oración
Jesús, cuando mi fe vacile, recuérdame que tu misericordia no tiene fecha de vencimiento.
3.
“Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre” (Juan 19,26-27)
En medio de su agonía, Jesús no piensa en sí mismo, piensa en otros: su Madre y su amigo. La Iglesia nació en ese instante, no como institución, sino como una familia nueva, tejida no por la sangre, sino por el amor. En esa entrega, nadie queda solo. Todos cabemos en el corazón de María, todos cabemos en la ternura de Jesús.
Oración
María,
Madre que no abandona, enséñame a cuidar y dejarme cuidar. Enséñame a construir
comunidad.
4. “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mateo 27,46)
El Hijo de Dios experimenta el abandono, no lo disimula, no lo niega. Grita su dolor, como tantos que sufren en silencio. Esta palabra nos enseña que no es pecado sentirse solo; que también en la noche oscura, Dios está más cerca de lo que imaginamos, aunque no lo sintamos. Su silencio no es ausencia, es misterio de amor que espera y sostiene.
Oración
Dios
mío, cuando no te sienta cerca, no dejes que me suelte de tu mano.
5. “Tengo sed” (Juan 19,28)
El
sediento no es sólo el hombre crucificado, es el Dios que anhela amor,
justicia, compasión. Esta sed trasciende el cuerpo; es la sed de un mundo
reconciliado, la sed de almas que se dejen abrazar por su misericordia. El
Creador sediento de sus criaturas: ¡qué misterio tan tierno y desconcertante!
Oración
Señor,
apaga tu sed con mi amor sincero y enséñame a calmar la sed de los que sufren a
mi lado.
6. “Todo está cumplido” (Juan 19,30)
No es un suspiro de derrota, sino un grito de victoria. Jesús ha amado hasta el extremo, ha llevado a plenitud la misión que el Padre le confió. Esta palabra nos invita a vivir con propósito, a no dejar asuntos pendientes en el amor, a no desperdiciar los días en lo que no edifica.
Oración
Señor,
que cuando llegue mi hora pueda decir: he amado, he creído, he esperado... y
todo está cumplido.
7. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23,46)
La última palabra es un acto de confianza total, un salto en los brazos eternos del Padre. No es resignación, es abandono sereno. Quien ha vivido en el amor, muere en paz. Así termina la cruz: no en la desesperación, sino en la esperanza. Y así termina todo para quien pone su vida en manos de Dios.
Oración
Padre,
que cada día pueda aprender a confiar en Ti, y que mi última palabra en esta
vida sea la más sencilla: “En tus manos me abandono”.
La cruz no es el punto final, es la puerta de entrada a la Vida. Las palabras de Jesús son un testamento de amor que nos hereda esperanza, fe y comunión. Hoy más que nunca, esas palabras resuenan en cada dolor humano, en cada lágrima, en cada corazón que anhela consuelo. Que resuenen también en ti, hoy y siempre.
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