CREAR, SERVIR, CRECER Y SOÑAR ¡ASÍ DIGNIFICA EL TRABAJO!

Por Luis Daniel Londoño Silva
Mgtr. en Violencia Doméstica y de Género, Teólogo, escritor y comunicador

Hay algo sagrado en las manos cansadas de un albañil, en las ideas que un maestro deja sembradas en sus alumnos, en los cuidados de una enfermera durante la madrugada, o en el silencio de quien madruga para abrir una tienda modesta.

El trabajo, cuando se vive con sentido, no es una carga: es un acto de creación, una expresión de dignidad, un espacio de crecimiento y una puerta abierta a la esperanza. No importa la profesión, el lugar, toda labor que edifica, que sirve, que transforma o que cultiva, merece respeto. Y más aún: es una manera de amar. Por eso el salario debe ser justo, aunque no es la única retribución. Es decir, la dignidad del trabajo no se agota en el salario, siempre y cuando este no sea utilizado para esclavizar.

Este ensayo quiere compartir con ustedes cuatro conceptos que revelan el trabajo como una de las expresiones más bellas de la dignidad humana: crear, servir, crecer y soñar.

1. CREAR: EL SER HUMANO COMO ARTESANO DE SU EXISTENCIA

Trabajar es continuar la obra de la creación. Desde el barro al algoritmo, desde el campo a la fábrica, cada tarea con sentido es un pequeño acto de co-creación. Según el economista y filósofo Amartya Sen, “el trabajo no debe verse solo como medio de producción, sino como parte del desarrollo de la libertad humana para vivir vidas que valoramos” (Development as Freedom, 1999). Crear no es producir en serie; es dejar una huella, poner el alma en lo que hacemos.

Cuando una persona crea un plato, una melodía, una estrategia, una solución, se convierte en protagonista de su historia. Se siente útil, necesaria, viva. El trabajo nos permite transformar el mundo y también nos transforma a nosotros.

2. SERVIR: EL TRABAJO COMO DON A LOS DEMÁS

Servir no es humillarse, es elevarse. Toda forma de trabajo que mejora la vida de otro, por sencilla que parezca, ennoblece al que la realiza. El sociólogo Richard Sennett lo expresó con agudeza: “El respeto no se gana solo por el estatus, sino por la utilidad visible de lo que uno hace” (The Respect in a World of Inequality, 2003). Un barrendero que limpia la ciudad, una madre que cuida, un programador que mejora un sistema: todos son servidores del bien común.

Cuando entendemos el trabajo como servicio, dejamos de medirlo por su remuneración o prestigio, y comenzamos a valorarlo por su impacto. Servir desde lo que uno sabe y puede, es una de las formas más concretas de humanismo.

3. CRECER: EL TRABAJO COMO ESCUELA DE VIDA

El trabajo no solo llena la nevera, también forma el carácter. Enseña disciplina, constancia, esfuerzo, resiliencia, cooperación. Nos obliga a enfrentarnos a nuestros límites, a aprender, a equivocarnos, a mejorar. La psicóloga Angela Duckworth, autora de Grit (2016), ha demostrado que la "perseverancia y la pasión por objetivos a largo plazo son más importantes que el talento puro para alcanzar el éxito". Y el trabajo cotidiano es, precisamente, el escenario privilegiado donde se forja esa perseverancia.

Por eso el que paga a un empleado debe hacerlo para que este crezca en dignidad y pueda, con el fruto de sus madrugadas y cansancios, de su aporte al bienestar de la empresa, lo suficiente para vivir, para tener una casa, la salud, la seguridad social y por supuesto, un futuro que va más allá de la formalidad. El trabajo no es solamente producción de capital, es producción de sueños e ilusiones.

Creciendo en el trabajo, no solo progresamos en lo técnico, sino también en lo humano. Nos hacemos más humildes, más empáticos, más completos.

4. SOÑAR: EL TRABAJO COMO GARANTÍA PARA EL FUTURO

El trabajo también es promesa. Permite construir sueños, sostener familias, imaginar horizontes. Cuando el trabajo dignifica, también impulsa. “El hombre verdaderamente libre es el que, aun trabajando duro, siente que puede decidir su destino”, manifestaba el filósofo español José Antonio Marina (El laberinto sentimental, 1996). Tener un trabajo digno no es solo tener ingresos: es tener la oportunidad de elegir, de avanzar, de soñar con algo mejor.

Cada emprendedor que arriesga, cada joven que se forma, cada adulto que no se rinde en su empleo, cada migrante que busca un futuro para su familia, está diciendo con su vida: vale la pena luchar.

El trabajo no es solo un derecho, es una vocación profunda. A través de él, el ser humano se hace responsable del mundo, se inserta en la historia, contribuye al bien común y cultiva su propia dignidad. En una sociedad que a veces idolatra el ocio o estigmatiza ciertos oficios, es urgente recuperar una visión positiva, realista y esperanzadora del trabajo como espacio de sentido.

Porque cuando trabajamos con amor, ya no somos engranajes: somos protagonistas. El trabajo bien hecho nos convierte en artistas de la esperanza, en sembradores del bien, en constructores de humanidad.

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