Cuando
un país le entregó su alma a Dios
En 1902, Colombia vivía una de sus etapas más amargas: la Guerra de los Mil Días. El país estaba desgarrado por dentro, con familias enfrentadas, regiones divididas y una profunda sensación de desesperanza colectiva. En medio de esa oscuridad, el entonces presidente José Manuel Marroquín, conmovido por la gravedad de los acontecimientos y guiado por la fe católica que aún palpitaba en el alma del país, decidió consagrar solemnemente a Colombia al Sagrado Corazón de Jesús. Esta consagración fue oficializada el 22 de junio de 1902, como un acto de súplica y de esperanza, pidiéndole a Cristo, con el corazón abierto en llamas de amor, que tuviera misericordia de esta tierra herida.
Lo que se hizo aquel día no fue un gesto simbólico o una tradición folclórica, o como hoy lo afirman los enemigos de la Patria y de la simbología de la fe, “una imposición religiosa”; éste fue un acto de fe y de confianza radical. Fue decirle a Dios: "Este país es tuyo. Ven, habítalo, sáname, guíame". Y aunque muchos lo hayan olvidado, esa consagración sigue viva. Pero, ¿qué significa hoy, en una Colombia que aún sangra por dentro y a las puertas de una dictadura, renovar esa consagración?
Renovar
la consagración es reconocer que no podemos solos
Renovar
la consagración no es repetir una oración con voz cansada o salir en procesión
con banderas. Es mirar con humildad la realidad: este país no está bien. No
podemos ocultarlo ni maquillarlo. Violencia, corrupción, un cambio que se prometió
y que se ha desvanecido en las palabras agresivas y excluyentes de un mandatario
cegado por el delirio de pder, pobreza, desesperanza... Nos duelen las balas,
pero más nos duele la indiferencia. Consagrarse de nuevo es decirle a Dios: “Necesitamos
tu luz porque la nuestra se apagó”. Es más, esta invitación se extiende
también, a su manera propia de hacerlo, a los hermanos de otras religiones que
también ponen en manos de Dios este bello país. La fe debe ser siempre motivo
de unión.
Es
un llamado a sanar el corazón social del país
El
Corazón de Jesús no es una imagen decorativa: es una fuente viva de compasión y
justicia. Renovar la consagración es comprometerse a que ese Corazón latirá
también en nuestros actos. Es dejar de lado la pasividad y actuar como quienes
creen en un Dios que consuela, pero también transforma. Es hacer de nuestras
manos instrumentos de reconciliación.
Es renunciar al odio y al miedo como forma de vida
Colombia vive a menudo entre la polarización política y el miedo a la violencia. Renovar la consagración es desarmar el alma. Es salir del lenguaje de trincheras para abrazar la posibilidad del encuentro. No se trata de olvidar las heridas, sino de no dejar que se infecten con resentimientos estériles. El Corazón de Cristo no guarda rencor: ama incluso cuando es traspasado. Un día especial para decirle al presidente Gustavo Petro: usted representa a esta Nación, qué buen sería que su palabra y sus acciones se convirtieran en una invitación a crear una cultura del encuentro en la que nos enriquecemos de las diferencias. Qué bello sería si esto ocurriera.
Es
una opción por los más vulnerables
Si Cristo tiene un corazón humano, entonces siente dolor real por cada niño sin escuela, por cada campesino desplazado, por cada joven reclutado por la violencia. Renovar la consagración implica hacer de la opción por los pobres una decisión política, espiritual y práctica. Una Colombia consagrada al Corazón de Jesús no puede volverse ciega ante la injusticia.
Es
construir esperanza activa
No basta con rezar. Tampoco con esperar milagros que no nos comprometan. Renovar la consagración es participar activamente en la construcción del país desde la fe, con acciones concretas: educar, cuidar, servir, proponer, votar con conciencia, exigir justicia, tender puentes. Porque la fe sin obras no sana una nación.
A
modo de conclusión
Renovar
la consagración al Sagrado Corazón no es una ceremonia nostálgica. Es un acto
radical de fe y responsabilidad. Es volver a decirle a Jesús: “No te hemos
olvidado. Colombia sigue siendo tuya. Pero esta vez, queremos construir
contigo. Queremos que tu corazón se haga carne en nuestra historia”.
Colombia sufre, sí, y también respira fe, esperanza y ternura en muchos rincones silenciosos. Hay maestros que no se rinden, madres que rezan con lágrimas, médicos que entregan sus vidas para sanar los cuerpos y reconfortar el alma, jóvenes que aún sueñan con justicia. Allí está Cristo, latiendo en el corazón de su pueblo. Consagrarnos otra vez no es rendirnos, es volver a empezar.
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