¿TIENE LÍMITES LA TOLERANCIA?

Una conversación pendiente

Imagina una familia reunida en la sala: la abuela contando historias de antaño, el niño preguntando cosas sin filtro, y en medio, alguien lanza la pregunta bomba: “¿Y hasta dónde aguanta la tolerancia?”. Silencio. Nadie quiere sonar extremista ni tampoco ingenuo. 

La verdad es que hablamos de tolerancia como si fuera infinita, un “acepta todo” que suena bonito en discursos, pero que en la práctica puede convertirse en un arma de doble filo. Este artículo no quiere darte respuestas absolutas, sino abrirte un horizonte de reflexión familiar y social.

La tolerancia es, sin duda, una de las virtudes más valoradas en la sociedad moderna. Es el pilar sobre el que se construyen la convivencia, el respeto y la diversidad. Nos han enseñado que ser tolerante es aceptar al otro, sus ideas, creencias y formas de vida, incluso si no estamos de acuerdo ¿Qué pasa cuando esa "tolerancia" empieza a erosionar los propios valores que la sustentan? ¿Dónde trazamos la línea?

Tolerancia: De virtud a excusa

La tolerancia nació como una palabra rebelde, una manera de decir: “respeto tu diferencia aunque no piense como tú”. Es un pilar de la convivencia, y en un mundo cada vez más diverso, es como el oxígeno: sin ella, asfixia social. Pero ojo: no es lo mismo respetar la diferencia que normalizar la injusticia.

Durante mucho tiempo, hemos confundido la tolerancia con la pasividad. Hemos aceptado en nombre de "vivir y dejar vivir" comportamientos que atentan contra la dignidad, la seguridad y los derechos de los demás. Hemos guardado silencio ante la injusticia, hemos evitado el conflicto por miedo a ser tildados de "intolerantes". 

Esta postura, lejos de ser virtuosa, se convierte en una excusa para la indiferencia. La tolerancia no puede ser un cheque en blanco para el odio, la discriminación o la violencia. Si toleramos lo intolerable, nos volvemos cómplices. Si nos quedamos de brazos cruzados ante el racismo, la homofobia o cualquier forma de opresión, estamos permitiendo que esas fuerzas destructivas prosperen.

La paradoja de la tolerancia

El filósofo Karl Popper lo expresó perfectamente en su paradoja de la tolerancia: para que la tolerancia exista, no podemos tolerar la intolerancia. En otras palabras, debemos estar dispuestos a defender la tolerancia activamente, incluso si eso significa no ser "tolerantes" con aquellos que buscan destruirla. Esto no es un llamado a la violencia o al odio. Es un llamado a la acción. Es entender que la tolerancia no es un estado, sino una práctica. No se trata solo de "soportar" las diferencias, sino de defender activamente el derecho de todos a ser diferentes, a ser respetados y a vivir sin miedo. Es la paradoja de la vida pública: si dejamos crecer el odio y lo tratamos como una opinión más, tarde o temprano, ese odio se convierte en ley.

Si tolerar significa mirar cómo alguien es humillado, explotado o manipulado y quedarnos callados, entonces no estamos hablando de virtud, sino de cobardía. La tolerancia no puede ser excusa para soportar el abuso, la corrupción o la violencia. Hay una línea clara entre aceptar lo distinto y permitir lo dañino.

Una nueva visión: la tolerancia proactiva

Ha llegado el momento de dejar atrás la tolerancia pasiva y abrazar una tolerancia proactiva. ¿Qué significa esto?

Levantar la voz: Cuando presenciamos una injusticia, no podemos quedarnos en silencio. Hablar, denunciar y educar son actos de tolerancia.

Crear espacios seguros: No se trata solo de aceptar, sino de construir activamente entornos donde la diversidad sea celebrada y protegida.

Establecer límites claros: Ser tolerante no significa no tener principios. Es fundamental trazar una línea roja contra el odio, la discriminación y la violencia. No se negocia.

Fomentar la empatía: La tolerancia proactiva va más allá de la simple aceptación. Nos invita a ponernos en el lugar del otro, a entender sus luchas y a ser sus aliados.

En el hogar, esta reflexión es todavía más cercana. Ser tolerante no es tragarse gritos, insultos o faltas de respeto en nombre de la “armonía”. Tampoco es mirar al otro como eterno error viviente. La verdadera tolerancia es enseñar a convivir sin borrar la dignidad. A veces, decir “no más” es el mayor acto de amor.

¿Dónde trazamos la línea?

El límite de la tolerancia está en el punto donde la libertad de uno comienza a socavar la libertad y la seguridad de los demás. La línea se traza en el momento en que una idea o un comportamiento promueve el daño a otro ser humano. Ser tolerante es un acto de valentía, no de debilidad. Es un acto de amor por la humanidad, no de indiferencia. Es hora de dejar de "soportar" las diferencias y empezar a defenderlas activamente.

Entonces, ¿La tolerancia tiene límites? Sí, absolutamente, sí. Los marca la dignidad humana. No todo se puede tolerar, y eso no nos hace intolerantes, sino responsables. La pregunta que queda es: ¿Qué estoy tolerando en mi vida personal, familiar o social que ya pasó de virtud a veneno?

Quizás la respuesta no sea cómoda, pero de eso se trata crecer: de saber cuándo abrir los brazos y cuándo marcar el límite que protege la vida y la dignidad.

Y tú, ¿Dónde trazas tu línea?

Luis Daniel Londoño Silva. Mgtr. en Violencia de Género. Licenciado en teología, comunicador y escritor. dalonsi@gmail.com

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