Mgtr. en Violencia Doméstica y de Género, Teólogo católico y Comunicador
Este ensayo lo construí empleando el método analógico para establecer la relación que existió entre el niño Jesús y los usos y costumbres de la sociedad en la que Él vivió. Este método te permite tomar distancia de los prejuicios y el miedo que existe de hablar de esa parte humana de Jesús, su infancia, su contexto y el lugar donde se crió. Cuando hablamos de analogía se nos permite entrar en la sociedad de Jesús para ver la cotidianidad y todo lo que acontecía en aquel lugar privilegiado del mundo donde Dios puso su morada.
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Imagínate por un momento las calles de Nazaret hace más de dos mil años. El sol ilumina las casas de adobe y las calles polvorientas donde los niños corren y ríen. En una de esas calles, un niño juega con sus amigos. Tiene la túnica empolvada y los pies descalzos, pero su risa es contagiosa y su mirada brilla con una luz especial. Ese niño es Jesús. Antes de ser el Maestro que cambiaría la historia de la humanidad, fue un niño como cualquier otro. Corrió, se ensució, aprendió a trabajar con su padre, abrazó a su madre después de un día de juegos y escuchó con asombro las historias de su pueblo.
A veces, cuando pensamos en Jesús, lo imaginamos siempre como el adulto sabio y compasivo, rodeado de multitudes o cargando la cruz. Sin embargo ¿Qué hay de su infancia? ¿Cómo vivió sus primeros años? ¿A qué jugaba? ¿Qué comía? ¿Cómo era su vida cotidiana en un pueblo sencillo de Galilea? Este ensayo es un viaje a la niñez de Jesús, una invitación a descubrirlo en su faceta más humana y cercana. Porque, antes de multiplicar los panes, tuvo que aprender a compartir. Antes de predicar en el Templo, escuchó con atención a los rabinos. Y antes de decir “dejen que los niños vengan a mí” (Marcos 10,14), él mismo fue un niño que disfrutó la vida con la inocencia y alegría de la infancia.
La
Infancia de los niños hebreos en tiempos de Jesús
En la
cultura judía, los niños eran vistos como una bendición de Dios. Desde
pequeños, aprendían a rezar y a memorizar pasajes de la Torá en casa y en la
sinagoga (cf. Deuteronomio 6,6-7). La educación era una parte fundamental de su
crecimiento, pues en la tradición hebrea se consideraba que instruir a un niño
en la Ley de Dios era un mandato sagrado (Proverbios 22,6). Los varones
comenzaban su instrucción formal a los cinco años en la sinagoga, aprendiendo
hebreo y arameo, y memorizando los textos sagrados (Shmuel Safrai, La educación
en tiempos de Jesús, 1992). Las niñas, en cambio, recibían su enseñanza en
casa, instruidas por sus madres en las labores del hogar y en la tradición oral
de su pueblo.
Sin
embargo, la infancia no era solo estudio y responsabilidad. Había momentos de
juego y esparcimiento. Se ha documentado que los niños hebreos jugaban con
peonzas de barro, pequeñas figuras de animales talladas en madera, y
practicaban juegos de imitación de adultos, como el comercio o las bodas
(William Barclay, La vida cotidiana en los tiempos de Jesús, 1982). Jesús mismo
hace referencia a estos juegos cuando dice: “Les tocamos la flauta, y no
bailaron; entonamos cantos fúnebres, y no lloraron” (Mateo 11,16-17), señalando
cómo los niños recreaban eventos de la vida adulta en sus juegos.
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Alimentación y Vestimenta
En la
mesa de un niño judío no faltaban el pan de cebada, aceitunas, higos y pescado
seco. También se consumían dátiles, miel y productos lácteos como queso de
cabra y yogur. La carne era un lujo reservado para festividades o momentos
especiales, como la Pascua (Éxodo 12,8-10). El agua y el vino diluido eran las
bebidas más comunes, siendo este último un símbolo de bendición en la tradición
judía (Salmo 104,15). Jesús seguramente disfrutó de estas comidas típicas de su
pueblo y compartió la mesa con su familia en el espíritu de comunidad que
marcaba la vida judía.
En
cuanto a la vestimenta, los niños usaban túnicas sencillas de lino o lana,
atadas con un cinturón de tela. En invierno, se envolvían en mantos gruesos
para protegerse del frío (Alfred Edersheim, La vida y los tiempos de Jesús el
Mesías, 1883). Los colores de la ropa eran mayormente naturales, aunque los más
acomodados podían teñirlas con pigmentos vegetales. Jesús, como hijo de un carpintero,
seguramente vestía de manera humilde pero digna, siguiendo las costumbres de su
tiempo.
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La Cultura, el Arte y la Música
La
cultura judía en tiempos de Jesús estaba profundamente influenciada por la
tradición oral, la música y la liturgia. La Torá y los Salmos eran los pilares
del conocimiento, y los niños aprendían a recitarlos desde pequeños. Aunque la
Ley prohibía imágenes religiosas, la creatividad se expresaba en la caligrafía,
los tejidos y la arquitectura de las sinagogas (James H. Charlesworth, Jesús en
su contexto judío, 2009).
La
música ocupaba un lugar especial en la vida cotidiana. Se cantaban himnos en
las sinagogas y en los hogares, especialmente durante las festividades como la pascua
y el sábado. Los instrumentos más utilizados eran la flauta, el arpa, el
címbalo y el tamboril. Jesús, como todo niño hebreo, creció escuchando estos
sonidos y participando en la alabanza comunitaria. De hecho, los Evangelios
mencionan que él y sus discípulos cantaron himnos en la Última Cena (Marcos 14,26),
reflejando la importancia del canto en la tradición judía.
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Cuando
pensamos en Jesús niño, es fácil imaginarlo como un pequeño sabio en miniatura,
siempre serio y solemne. Pero la realidad es que fue un niño como cualquier
otro: jugó, corrió, aprendió, preguntó cosas difíciles a los adultos (Lucas
2,46-47) y seguramente hizo travesuras.
Creció
en una familia trabajadora, aprendiendo el oficio de José y ayudando a María en
casa. Como cualquier niño curioso, tal vez se maravillaba viendo a su padre
tallar la madera o disfrutaba las historias que su madre le contaba al calor
del hogar. Y aunque era el Hijo de Dios, también tuvo que aprender a caminar, a
hablar y a descubrir el mundo poco a poco.
Conclusión
Pensar
en Jesús como un niño nos acerca más a él. No nació sabiendo todo: creció,
aprendió, se cayó y se levantó, igual que cualquier niño. Hoy, cuando vemos a
los niños jugar y reír, podemos recordar que Dios también tuvo una infancia,
con momentos de alegría, amistad y descubrimiento.
Como
dice G.K. Chesterton: "El asombro de Jesús no era solo que era un niño,
sino que era el niño que habría de gobernar el mundo" (El hombre eterno,
1925). Así que la próxima vez que veas a un niño jugar en la calle, imagina a
Jesús en las polvorientas calles de Nazaret, con los pies descalzos y el
corazón lleno de sueños.
Déjame tu comentario sobre este ensayo
4 Comentarios
Nunca había leído algo sobre Jesús niño y me pareció muy tierno...y me acercó al ambiente de esa época..
ResponderBorrarMuy conmovedor la vida de Jesús, hace que mire a los sejantes como imagen de El felicitaciones
ResponderBorrarA tí, muchas gracias por leer este ensayo
BorrarUn texto que nos lleva a ver a Jesús, en su parte humana, no solo la divinidad que es lo que más se exalta, sino esa parte de ser hombre con los hombre, gracias Daniel por este apunte. Miguel
ResponderBorrarTu comentario ayuda a profundizar la reflexión y el análisis. Muchas gracias.