CUANDO DIOS JUGABA EN LAS CALLES DE NAZARET

Por Luis Daniel Londoño Silva
Mgtr. en Violencia Doméstica y de Género, Teólogo católico y Comunicador

Este ensayo lo construí empleando el método analógico para establecer la relación que existió entre el niño Jesús y los usos y costumbres de la sociedad en la que Él vivió. Este método te permite tomar distancia de los prejuicios y el miedo que existe de hablar de esa parte humana de Jesús, su infancia, su contexto y el lugar donde se crió. Cuando hablamos de analogía se nos permite entrar en la sociedad de Jesús para ver la cotidianidad y todo lo que acontecía en aquel lugar privilegiado del mundo donde Dios puso su morada.  

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Imagínate por un momento las calles de Nazaret hace más de dos mil años. El sol ilumina las casas de adobe y las calles polvorientas donde los niños corren y ríen. En una de esas calles, un niño juega con sus amigos. Tiene la túnica empolvada y los pies descalzos, pero su risa es contagiosa y su mirada brilla con una luz especial. Ese niño es Jesús. Antes de ser el Maestro que cambiaría la historia de la humanidad, fue un niño como cualquier otro. Corrió, se ensució, aprendió a trabajar con su padre, abrazó a su madre después de un día de juegos y escuchó con asombro las historias de su pueblo.

A veces, cuando pensamos en Jesús, lo imaginamos siempre como el adulto sabio y compasivo, rodeado de multitudes o cargando la cruz. Sin embargo ¿Qué hay de su infancia? ¿Cómo vivió sus primeros años? ¿A qué jugaba? ¿Qué comía? ¿Cómo era su vida cotidiana en un pueblo sencillo de Galilea? Este ensayo es un viaje a la niñez de Jesús, una invitación a descubrirlo en su faceta más humana y cercana. Porque, antes de multiplicar los panes, tuvo que aprender a compartir. Antes de predicar en el Templo, escuchó con atención a los rabinos. Y antes de decir “dejen que los niños vengan a mí” (Marcos 10,14), él mismo fue un niño que disfrutó la vida con la inocencia y alegría de la infancia.

La Infancia de los niños hebreos en tiempos de Jesús

En la cultura judía, los niños eran vistos como una bendición de Dios. Desde pequeños, aprendían a rezar y a memorizar pasajes de la Torá en casa y en la sinagoga (cf. Deuteronomio 6,6-7). La educación era una parte fundamental de su crecimiento, pues en la tradición hebrea se consideraba que instruir a un niño en la Ley de Dios era un mandato sagrado (Proverbios 22,6). Los varones comenzaban su instrucción formal a los cinco años en la sinagoga, aprendiendo hebreo y arameo, y memorizando los textos sagrados (Shmuel Safrai, La educación en tiempos de Jesús, 1992). Las niñas, en cambio, recibían su enseñanza en casa, instruidas por sus madres en las labores del hogar y en la tradición oral de su pueblo.

Sin embargo, la infancia no era solo estudio y responsabilidad. Había momentos de juego y esparcimiento. Se ha documentado que los niños hebreos jugaban con peonzas de barro, pequeñas figuras de animales talladas en madera, y practicaban juegos de imitación de adultos, como el comercio o las bodas (William Barclay, La vida cotidiana en los tiempos de Jesús, 1982). Jesús mismo hace referencia a estos juegos cuando dice: “Les tocamos la flauta, y no bailaron; entonamos cantos fúnebres, y no lloraron” (Mateo 11,16-17), señalando cómo los niños recreaban eventos de la vida adulta en sus juegos.

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Alimentación y Vestimenta

En la mesa de un niño judío no faltaban el pan de cebada, aceitunas, higos y pescado seco. También se consumían dátiles, miel y productos lácteos como queso de cabra y yogur. La carne era un lujo reservado para festividades o momentos especiales, como la Pascua (Éxodo 12,8-10). El agua y el vino diluido eran las bebidas más comunes, siendo este último un símbolo de bendición en la tradición judía (Salmo 104,15). Jesús seguramente disfrutó de estas comidas típicas de su pueblo y compartió la mesa con su familia en el espíritu de comunidad que marcaba la vida judía.

En cuanto a la vestimenta, los niños usaban túnicas sencillas de lino o lana, atadas con un cinturón de tela. En invierno, se envolvían en mantos gruesos para protegerse del frío (Alfred Edersheim, La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, 1883). Los colores de la ropa eran mayormente naturales, aunque los más acomodados podían teñirlas con pigmentos vegetales. Jesús, como hijo de un carpintero, seguramente vestía de manera humilde pero digna, siguiendo las costumbres de su tiempo.

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La Cultura, el Arte y la Música

La cultura judía en tiempos de Jesús estaba profundamente influenciada por la tradición oral, la música y la liturgia. La Torá y los Salmos eran los pilares del conocimiento, y los niños aprendían a recitarlos desde pequeños. Aunque la Ley prohibía imágenes religiosas, la creatividad se expresaba en la caligrafía, los tejidos y la arquitectura de las sinagogas (James H. Charlesworth, Jesús en su contexto judío, 2009).

La música ocupaba un lugar especial en la vida cotidiana. Se cantaban himnos en las sinagogas y en los hogares, especialmente durante las festividades como la pascua y el sábado. Los instrumentos más utilizados eran la flauta, el arpa, el címbalo y el tamboril. Jesús, como todo niño hebreo, creció escuchando estos sonidos y participando en la alabanza comunitaria. De hecho, los Evangelios mencionan que él y sus discípulos cantaron himnos en la Última Cena (Marcos 14,26), reflejando la importancia del canto en la tradición judía.

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Jesús, el niño

Cuando pensamos en Jesús niño, es fácil imaginarlo como un pequeño sabio en miniatura, siempre serio y solemne. Pero la realidad es que fue un niño como cualquier otro: jugó, corrió, aprendió, preguntó cosas difíciles a los adultos (Lucas 2,46-47) y seguramente hizo travesuras.

Creció en una familia trabajadora, aprendiendo el oficio de José y ayudando a María en casa. Como cualquier niño curioso, tal vez se maravillaba viendo a su padre tallar la madera o disfrutaba las historias que su madre le contaba al calor del hogar. Y aunque era el Hijo de Dios, también tuvo que aprender a caminar, a hablar y a descubrir el mundo poco a poco.

Conclusión

Pensar en Jesús como un niño nos acerca más a él. No nació sabiendo todo: creció, aprendió, se cayó y se levantó, igual que cualquier niño. Hoy, cuando vemos a los niños jugar y reír, podemos recordar que Dios también tuvo una infancia, con momentos de alegría, amistad y descubrimiento.

Como dice G.K. Chesterton: "El asombro de Jesús no era solo que era un niño, sino que era el niño que habría de gobernar el mundo" (El hombre eterno, 1925). Así que la próxima vez que veas a un niño jugar en la calle, imagina a Jesús en las polvorientas calles de Nazaret, con los pies descalzos y el corazón lleno de sueños.

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4 Comentarios

  1. Nunca había leído algo sobre Jesús niño y me pareció muy tierno...y me acercó al ambiente de esa época..

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  2. Muy conmovedor la vida de Jesús, hace que mire a los sejantes como imagen de El felicitaciones

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  3. Un texto que nos lleva a ver a Jesús, en su parte humana, no solo la divinidad que es lo que más se exalta, sino esa parte de ser hombre con los hombre, gracias Daniel por este apunte. Miguel

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