REDES SOCIALES: UN RECURSO EDUCATIVO QUE ESTAMOS DESPERDICIANDO

Conviene preguntarnos ¿Estamos desperdiciando uno de los mayores recursos pedagógicos y culturales de nuestro tiempo? ¿Por qué se piensa únicamente en castigar y reprimir? ¿No sería mejor incluir una cátedra en todos los niveles educativos, que se denomine “Redes sociales y desarrollo humano” o algo parecido?


Vivimos en una época hiperconectada, con acceso a herramientas digitales que nuestros antepasados no habrían podido siquiera imaginar. Las redes sociales son uno de esos recursos que llegaron para quedarse.

No obstante, se verifica que, en muchos casos, en lugar de ser plataformas de construcción colectiva, diálogo creativo y educación libre, se han convertido en campos de batalla, pantallas de vanidad, simples depósitos de ruido y lo peor, para delinquir y traficar son seres humanos.

No se trata de prohibir o reprimir sino de transformar

Durante años, gran parte del discurso educativo y familiar frente a las redes sociales ha sido de sospecha o condena. Frases como “te vas a volver adicto al celular”, “eso no enseña nada”, o “las redes solo son para perder el tiempo” han estado en boca de muchos padres, docentes y líderes. Y sí, no se puede desconocer que hay riesgos reales en el mal uso de las redes: desinformación, adicción, bullying digital, pérdida de concentración, trata de personas, venta de armas y droga. Y… ¿Si les buscamos un camino distinto? Y… ¿Si en vez de reprimir o castigar enseñamos a usarlas con propósito, belleza y sentido? 

La pedagoga española María Acaso lo plantea de forma radical: “La educación tradicional ha sido demasiado lenta en adaptarse al lenguaje visual y tecnológico de los jóvenes. En lugar de negar su realidad digital, debemos usarla como aliada para el aprendizaje”.  El psicólogo Howard Gardner, creador de la teoría de las inteligencias múltiples, también ha insistido en que las redes pueden potenciar formas nuevas de aprendizaje: “Las redes sociales bien empleadas favorecen la inteligencia interpersonal, el aprendizaje colaborativo y el pensamiento crítico” (Gardner, Five Minds for the Future, 2007).

Hoy, más que nunca, necesitamos dejar de ver las redes como enemigos y comenzar a verlas como aliados potenciales. Gran reto que exige formación, conciencia y creatividad. En este artículo se me ocurre compartir contigo, apreciado lector, cinco formas en que las redes sociales pueden educar y transformar:

CONECTAR CON MUNDOS DISTINTOS

Las redes pueden romper barreras culturales, sociales y geográficas. Gracias a ellas, un niño en un corregimiento de Colombia puede hablar con otro en Japón, compartir su experiencia de vida y encontrar inspiración. Estas plataformas permiten una conexión humana que, bien orientada, amplía horizontes y promueve la empatía. Como afirma Manuel Castells: “La red no solo conecta computadoras, conecta personas, emociones, culturas” (La era de la información, 1996).

Esa conexión, sin embargo, no puede quedar solo en lo superficial. Cuando enseñamos a los niños y jóvenes a usar las redes para descubrir otras realidades, valorar otras culturas y respetar la diferencia, les estamos enseñando a ser ciudadanos del mundo. Las redes bien aprovechadas pueden convertirse en verdaderos puentes interculturales donde florece la paz, el respeto y el deseo de comprender al otro. Es una herramienta poderosa para humanizar el mundo digital.

APRENDER DE FORMA LIBRE Y PERSONALIZADA

YouTube, TikTok o Instagram no son solo entretenimiento. Son también fuentes de aprendizaje autodirigido. Desde tutoriales de guitarra hasta clases de matemáticas explicadas con humor, las redes democratizan el saber. La clave está en enseñar a los niños y jóvenes a seleccionar lo que consumen. Sugata Mitra, experto en educación digital, lo resume así: “Los niños pueden aprender solos si tienen acceso a contenido adecuado y un entorno emocionalmente seguro” (TED Talk, 2013).

En este sentido, las redes pueden ser vistas como bibliotecas abiertas las 24 horas del día, accesibles desde cualquier rincón del planeta. Educar en la selección y gestión de contenidos es enseñar a pescar en ese inmenso océano digital. Cuando un joven aprende a buscar, curar y aplicar contenidos con criterio, no solo está aprendiendo un tema: está desarrollando autonomía, responsabilidad y sentido crítico, pilares de una verdadera educación para la vida.


CREAR CONTENIDO DINÁMICO

Los jóvenes de hoy ya no quieren solo consumir contenido: quieren crearlo. Las redes permiten escribir, grabar, diseñar, opinar. Educar en el uso responsable de la voz digital puede convertir a un adolescente en un líder social, un narrador de su realidad o un defensor de derechos humanos. Según Henry Jenkins, “la cultura participativa empodera al ciudadano digital a través de la creación colectiva” (Confronting the Challenges of Participatory Culture, 2009).

Animar a los niños y adolescentes a contar sus historias, mostrar su talento y expresar su visión del mundo es una forma de empoderamiento. Al crear contenido con sentido, se sienten protagonistas de su tiempo y agentes de cambio. Muchos ya lo hacen, pero sin orientación, sin reflexión, sin conciencia del impacto de sus palabras. Por eso, enseñarles a comunicar con ética, belleza y coherencia puede cambiar la forma en que se relacionan consigo mismos y con los demás.

DESARROLLAR PENSAMIENTO CRÍTICO

No todo lo que circula en redes es cierto. Por eso, su uso inteligente exige discernimiento, análisis, verificación. Enseñar a detectar fake news, reconocer sesgos o comprender los algoritmos no solo es útil, es urgente. Como señala Neil Postman: “Educar no es llenar de datos, sino enseñar a interpretar el mundo” (Divertirse hasta morir, 1985).

El pensamiento crítico no solo se cultiva en los libros, también se entrena en cada scroll, en cada clic, en cada comentario leído. Aprender a preguntarse ¿Quién dice esto? ¿Con qué intención? ¿Qué fuentes tiene? es una habilidad esencial para esta generación. Las redes pueden ser el mejor gimnasio para ejercitar el criterio si se usan con acompañamiento, preguntas provocadoras y una educación que fomente la duda honesta, el análisis profundo y la responsabilidad al compartir.

FOMENTAR LA COLABORACIÓN Y LA SOLIDARIDAD

En redes se crean movimientos sociales, campañas solidarias y redes de apoyo emocional. Compartir una causa, recaudar fondos, luchar contra la injusticia… Todo es posible si se aprovecha la fuerza viral de las redes con sentido ético. El sociólogo Zygmunt Bauman lo advierte: “La red puede ser un lugar de aislamiento o de comunidad, todo depende del uso que hagamos de ella” (Vida líquida, 2005).

Los jóvenes están ávidos de causas, y las redes pueden canalizar ese deseo en acciones reales. Desde proyectos ambientales hasta campañas por la salud mental o la defensa del territorio, hay múltiples formas de inspirar y comprometer a través de estas plataformas. Pero hay que enseñar a pasar del “me gusta” al me involucro, del compartir por impulso al compartir con conciencia. Las redes pueden ser terreno fértil para una ciudadanía activa, sensible y comprometida.

PROMOVER LA INCLUSIÓN Y LA VISIBILIDAD

Las redes sociales también pueden ser una herramienta clave para visibilizar a personas, comunidades y realidades tradicionalmente excluidas: personas con discapacidad, minorías étnicas, víctimas del conflicto, habitantes rurales, niños con enfermedades raras, migrantes… Las redes pueden dar voz a quienes no la tenían.

Cuando los niños y jóvenes se encuentran con historias diferentes a la suya, aprenden a mirar con otros ojos y a reconocer la dignidad de cada ser humano. Al mismo tiempo, cuando una niña con síndrome de Down comparte sus dibujos en Instagram o un joven sordo enseña lenguaje de señas en TikTok, no solo se están expresando: están reclamando un lugar en el mundo.

La inclusión digital es un deber ético. Y las redes, bien usadas, pueden ser trincheras de justicia y esperanza para una nueva humanidad que no excluya a nadie.

DOS CASOS QUE INSPIRAN

Niños y niñas campesinas que enseñan desde su realidad.

Un grupo de niños campesinos del municipio de El Tambo, Cauca, se volvió viral por grabar videos explicando conceptos escolares usando elementos de su entorno rural: piedras, gallinas, palas y maíz. Con apoyo de sus maestros y familias, demostraron que el aula es creatividad. Su canal en TikTok y Facebook ha sido visto por miles de personas, mostrando que otra educación es posible y que el campo también educa.

La pequeña artista de Medellín que enseña sobre salud mental

Isabela, una niña de 11 años de Medellín, empezó a subir a Instagram dibujos y videos donde hablaba sobre la ansiedad infantil, el duelo y la tristeza, basándose en lo que había aprendido en terapia. Su contenido, sencillo y tierno, generó tanta empatía que varias fundaciones la invitaron a participar en campañas educativas. Con el apoyo de su mamá, convirtió su perfil en una pequeña escuela emocional.

En conclusión, los invito a decir “no más desperdicio digital, hagamos florecer las redes”. Las redes sociales no son malas en sí mismas. Lo malo es dejar que su potencial se diluya en la superficialidad, el odio o el consumo vacío. En vez de reprimir su uso, lo que necesitamos es educar en su aprovechamiento, mostrar caminos, formar criterio, dar ejemplo. No se trata de desconectarnos del mundo digital, sino de conectarnos mejor. No de prohibir, sino de guiar. No de castigar, sino de crear juntos una red que eduque, inspire y transforme.

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