No se trata de prohibir o reprimir sino de transformar
Durante años, gran parte del discurso educativo y familiar frente a las redes sociales ha sido de sospecha o condena. Frases como “te vas a volver adicto al celular”, “eso no enseña nada”, o “las redes solo son para perder el tiempo” han estado en boca de muchos padres, docentes y líderes. Y sí, no se puede desconocer que hay riesgos reales en el mal uso de las redes: desinformación, adicción, bullying digital, pérdida de concentración, trata de personas, venta de armas y droga. Y… ¿Si les buscamos un camino distinto? Y… ¿Si en vez de reprimir o castigar enseñamos a usarlas con propósito, belleza y sentido?
La pedagoga española María Acaso lo plantea de forma radical: “La educación tradicional ha sido demasiado lenta en adaptarse al lenguaje visual y tecnológico de los jóvenes. En lugar de negar su realidad digital, debemos usarla como aliada para el aprendizaje”. El psicólogo Howard Gardner, creador de la teoría de las inteligencias múltiples, también ha insistido en que las redes pueden potenciar formas nuevas de aprendizaje: “Las redes sociales bien empleadas favorecen la inteligencia interpersonal, el aprendizaje colaborativo y el pensamiento crítico” (Gardner, Five Minds for the Future, 2007).
Hoy, más que nunca, necesitamos dejar de ver las redes como enemigos y comenzar a verlas como aliados potenciales. Gran reto que exige formación, conciencia y creatividad. En este artículo se me ocurre compartir contigo, apreciado lector, cinco formas en que las redes sociales pueden educar y transformar:
CONECTAR CON MUNDOS DISTINTOS
Las redes pueden romper barreras
culturales, sociales y geográficas. Gracias a ellas, un niño en un
corregimiento de Colombia puede hablar con otro en Japón, compartir su experiencia
de vida y encontrar inspiración. Estas plataformas permiten una conexión humana
que, bien orientada, amplía horizontes y promueve la empatía. Como afirma
Manuel Castells: “La red no solo conecta computadoras, conecta personas,
emociones, culturas” (La era de la información, 1996).
Esa conexión, sin embargo, no puede
quedar solo en lo superficial. Cuando enseñamos a los niños y jóvenes a usar
las redes para descubrir otras realidades, valorar otras culturas y respetar la
diferencia, les estamos enseñando a ser ciudadanos del mundo. Las redes bien
aprovechadas pueden convertirse en verdaderos puentes interculturales donde
florece la paz, el respeto y el deseo de comprender al otro. Es una herramienta
poderosa para humanizar el mundo digital.
APRENDER DE FORMA LIBRE Y
PERSONALIZADA
YouTube, TikTok o Instagram no son
solo entretenimiento. Son también fuentes de aprendizaje autodirigido. Desde
tutoriales de guitarra hasta clases de matemáticas explicadas con humor, las
redes democratizan el saber. La clave está en enseñar a los niños y jóvenes a
seleccionar lo que consumen. Sugata Mitra, experto en educación digital, lo
resume así: “Los niños pueden aprender solos si tienen acceso a contenido
adecuado y un entorno emocionalmente seguro” (TED Talk, 2013).
En este sentido, las redes pueden ser
vistas como bibliotecas abiertas las 24 horas del día, accesibles desde
cualquier rincón del planeta. Educar en la selección y gestión de contenidos es
enseñar a pescar en ese inmenso océano digital. Cuando un joven aprende a
buscar, curar y aplicar contenidos con criterio, no solo está aprendiendo un
tema: está desarrollando autonomía, responsabilidad y sentido crítico, pilares
de una verdadera educación para la vida.
Los jóvenes de hoy ya no quieren solo
consumir contenido: quieren crearlo. Las redes permiten escribir, grabar,
diseñar, opinar. Educar en el uso responsable de la voz digital puede convertir
a un adolescente en un líder social, un narrador de su realidad o un defensor de
derechos humanos. Según Henry Jenkins, “la cultura participativa empodera al
ciudadano digital a través de la creación colectiva” (Confronting the
Challenges of Participatory Culture, 2009).
Animar a los niños y adolescentes a
contar sus historias, mostrar su talento y expresar su visión del mundo es una
forma de empoderamiento. Al crear contenido con sentido, se sienten
protagonistas de su tiempo y agentes de cambio. Muchos ya lo hacen, pero sin
orientación, sin reflexión, sin conciencia del impacto de sus palabras. Por
eso, enseñarles a comunicar con ética, belleza y coherencia puede cambiar la
forma en que se relacionan consigo mismos y con los demás.
DESARROLLAR PENSAMIENTO CRÍTICO
No todo lo que circula en redes es
cierto. Por eso, su uso inteligente exige discernimiento, análisis,
verificación. Enseñar a detectar fake news, reconocer sesgos o comprender los
algoritmos no solo es útil, es urgente. Como señala Neil Postman: “Educar no es
llenar de datos, sino enseñar a interpretar el mundo” (Divertirse hasta morir,
1985).
El pensamiento crítico no solo se
cultiva en los libros, también se entrena en cada scroll, en cada clic, en cada
comentario leído. Aprender a preguntarse ¿Quién dice esto? ¿Con qué intención?
¿Qué fuentes tiene? es una habilidad esencial para esta generación. Las redes
pueden ser el mejor gimnasio para ejercitar el criterio si se usan con
acompañamiento, preguntas provocadoras y una educación que fomente la duda honesta,
el análisis profundo y la responsabilidad al compartir.
FOMENTAR LA COLABORACIÓN Y LA
SOLIDARIDAD
En redes se crean movimientos
sociales, campañas solidarias y redes de apoyo emocional. Compartir una causa,
recaudar fondos, luchar contra la injusticia… Todo es posible si se aprovecha
la fuerza viral de las redes con sentido ético. El sociólogo Zygmunt Bauman lo
advierte: “La red puede ser un lugar de aislamiento o de comunidad, todo
depende del uso que hagamos de ella” (Vida líquida, 2005).
Los jóvenes están ávidos de causas, y
las redes pueden canalizar ese deseo en acciones reales. Desde proyectos
ambientales hasta campañas por la salud mental o la defensa del territorio, hay
múltiples formas de inspirar y comprometer a través de estas plataformas. Pero
hay que enseñar a pasar del “me gusta” al me involucro, del compartir por
impulso al compartir con conciencia. Las redes pueden ser terreno fértil para
una ciudadanía activa, sensible y comprometida.
PROMOVER LA INCLUSIÓN Y LA
VISIBILIDAD
Las redes sociales también pueden ser
una herramienta clave para visibilizar a personas, comunidades y realidades
tradicionalmente excluidas: personas con discapacidad, minorías étnicas,
víctimas del conflicto, habitantes rurales, niños con enfermedades raras,
migrantes… Las redes pueden dar voz a quienes no la tenían.
Cuando los niños y jóvenes se
encuentran con historias diferentes a la suya, aprenden a mirar con otros ojos
y a reconocer la dignidad de cada ser humano. Al mismo tiempo, cuando una niña con
síndrome de Down comparte sus dibujos en Instagram o un joven sordo enseña
lenguaje de señas en TikTok, no solo se están expresando: están reclamando un
lugar en el mundo.
La inclusión digital es un deber
ético. Y las redes, bien usadas, pueden ser trincheras de justicia y esperanza
para una nueva humanidad que no excluya a nadie.
DOS CASOS QUE INSPIRAN
Niños y niñas campesinas que enseñan
desde su realidad.
Un grupo de niños campesinos del
municipio de El Tambo, Cauca, se volvió viral por grabar videos explicando
conceptos escolares usando elementos de su entorno rural: piedras, gallinas,
palas y maíz. Con apoyo de sus maestros y familias, demostraron que el aula es
creatividad. Su canal en TikTok y Facebook ha sido visto por miles de personas,
mostrando que otra educación es posible y que el campo también educa.
La pequeña artista de Medellín que
enseña sobre salud mental
Isabela, una niña de 11 años de
Medellín, empezó a subir a Instagram dibujos y videos donde hablaba sobre la
ansiedad infantil, el duelo y la tristeza, basándose en lo que había aprendido
en terapia. Su contenido, sencillo y tierno, generó tanta empatía que varias
fundaciones la invitaron a participar en campañas educativas. Con el apoyo de
su mamá, convirtió su perfil en una pequeña escuela emocional.
En conclusión, los invito a decir “no
más desperdicio digital, hagamos florecer las redes”. Las redes sociales no son
malas en sí mismas. Lo malo es dejar que su potencial se diluya en la
superficialidad, el odio o el consumo vacío. En vez de reprimir su uso, lo que
necesitamos es educar en su aprovechamiento, mostrar caminos, formar criterio,
dar ejemplo. No se trata de desconectarnos del mundo digital, sino de
conectarnos mejor. No de prohibir, sino de guiar. No de castigar, sino de crear
juntos una red que eduque, inspire y transforme.
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