Por Luis Daniel Londoño Silva, Mgtr. en Violencia Doméstica, teólogo católico, comunicador, escritor y Bloguero.
Aclaración necesariaEn la fe católica, solo Dios concede milagros. No adoramos a los santos, ni los consideramos dioses menores, ni les atribuimos poder propio. Lo que hacemos es invocarlos como intercesores, amigos espirituales que oran por nosotros ante el único mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo (cf. 1 Tim 2,5). La misma Virgen María, Madre del Señor, no hizo milagros, sino que condujo a los servidores en Caná a obedecer al Hijo: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5).La oración a los santos, por tanto, no sustituye la fe en Dios; la fortalece, recordándonos que estamos acompañados por una comunión de testigos fieles que ya están en su presencia. Los santos no son protagonistas de una feria de milagros, sino intercesores, que, con su estilo de vida, son ejemplo de fe y de amor a Dios. Ellos nos conducen al amor de los amores.
El nombre de San Charbel Makhlouf resuena con fuerza en el corazón de Oriente y Occidente. Su vida, tejida entre el silencio del Líbano y la contemplación absoluta de Dios, se ha convertido en una fuente de esperanza para millones de personas que buscan consuelo, sanación y sentido en medio del sufrimiento.
La reciente invocación hecha por el doctor Fernando Hakim y la familia del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, quien fue víctima de un atentado el pasado fin de semana y se debate entre la vida y la muerte, ha vuelto a poner a este monje maronita en el centro de la devoción católica ¿Quién fue San Charbel? ¿Por qué su figura conmueve tanto, incluso en tierras lejanas como Colombia?
Un
monje escondido en Dios
Youssef Antoun Makhlouf, conocido como San Charbel, nació en 1828 en un pequeño pueblo del Líbano. Desde joven sintió un profundo llamado a la vida consagrada. Ingresó a la Orden Libanesa Maronita, adoptando el nombre de Charbel en honor a un mártir del siglo II.
Tras años de formación y servicio sacerdotal, pidió vivir como ermitaño en completa soledad y oración. Allí, en el silencio de la montaña, entregó su vida en oblación continua al Señor, celebrando la Eucaristía con devoción inquebrantable y ayunando como los antiguos padres del desierto.
Murió
en 1898, casi anónimamente, pero desde su muerte comenzaron a reportarse hechos
extraordinarios: su cuerpo permaneció incorrupto durante décadas, y de su tumba
brotaba un misterioso líquido parecido al aceite. Los testimonios de sanaciones
físicas y espirituales aumentaron rápidamente. No por su poder, sino por el
poder de Dios que obra a través de quienes se dejan consumir en el amor.
Intercesor de los imposibles
¿Por qué personas como el doctor Hakim y la familia Uribe Turbay recurren a San Charbel? La respuesta es profundamente humana y espiritualmente coherente: cuando la medicina humana llega al límite, la fe se arrodilla y mira al cielo. San Charbel ha sido testigo, en vida y muerte, de un Dios que sana el cuerpo, pero sobre todo el alma. Su fama de “santo de los imposibles” no está en su historia de fama ni de poder, sino en la humildad radical con la que ofreció su vida por amor.
Su intercesión ha sido invocada por médicos, familias desesperadas, líderes y personas comunes. Su figura es tan profundamente humana y sencilla que provoca consuelo, como si dijera sin palabras: “Aquí estoy, contigo. No estás solo".
Colombia herida y los santos que lloran con nosotros
El atentado contra el senador Uribe Turbay no solo es un hecho político; es un recordatorio cruel de la fragilidad de la vida humana y de la necesidad de sanar el corazón de una nación. La violencia no puede tener la última palabra. Y en ese contexto, invocar a un santo como San Charbel es pedirle que nos ayude a poner nuestras heridas ante Dios, sin odio, sin venganza, solo con fe.
La familia del senador ha pedido oraciones; no aplausos, no discursos, sino oraciones. Cuando la vida pende de un hilo, solo el amor tiene sentido. San Charbel, en su soledad orante, comprende ese misterio. Por eso lo buscan, por eso lo llaman.
Una
lección para nuestro tiempo
Este momento nos deja una enseñanza: la fe verdadera no pide explicaciones, pide gracia. La devoción a San Charbel no es una superstición oriental traída a Occidente, es la expresión de una espiritualidad que entiende que el dolor también puede ser redentor si se vive unido a Cristo.
Oremos por el senador Miguel Uribe Turbay, por su recuperación y por el consuelo de su familia. Que Dios, en su infinita misericordia, escuche las súplicas que se elevan desde los hospitales, las casas, los altares y los corazones. Que, si es su voluntad, obre la sanación, y si no, nos dé la fortaleza para abrazar su misterio.
Y que San Charbel, testigo de la luz en la noche del alma, interceda por Colombia, tierra que tanto necesita santos que lloren con ella y la ayuden a volver a creer: “El silencio es el lenguaje de Dios, y todo lo demás es una pobre traducción”, afirmaba San Charbel Makhlouf.
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