VOLVER AL PRIMER AMOR: VOLVER A LA ESENCIA DEL CRISTIANISMO

Por Luis Daniel Londoño Silva, Mgtr. en Violencia Doméstica, teólogo católico, comunicador, escritor y Bloguero. 

En una reciente publicación en la red social X, el Papa León XIV escribió con claridad profética: “Juntos reconstruiremos la credibilidad de una Iglesia herida, enviada a una humanidad herida, dentro de una creación herida. No somos perfectos aún, pero es fundamental ser creíbles. ¡Vidas auténticas, vidas comprensibles, vidas creíbles!”

 

Volver a ser creíbles. Volver a ser auténticos. Volver al primer amor.

Durante siglos, el cristianismo ha sido revestido de estructuras, tradiciones y costumbres, algunas necesarias, otras solo decorativas, que, si bien no son despreciables, a veces han ocultado la fuente ardiente de su verdad. Como advirtió el entonces Cardenal Ratzinger: “La fe no es simplemente una herencia cultural, una tradición externa, sino un encuentro con una Persona que da a la vida un nuevo horizonte” (Introducción al cristianismo, 1968). 

Y el Papa Francisco, en su homilía del 24 de junio de 2014, clamó: “El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir. Es una persona que me amó primero. El cristiano es uno que fue conquistado por Cristo”. 

Sí, volver al primer amor es volver al inicio, al impulso puro del Evangelio, donde la vida cristiana no era un barniz, sino un fuego que lo transformaba todo. Como en Éfeso, hoy el Espíritu nos interpela: “Tengo contra ti que has abandonado tu primer amor. Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera” (Ap 2,4-5). 

En este artículo te propongo seis claves concretas para este camino de regreso. No para vivir del pasado, sino para renovar desde la raíz nuestra vocación bautismal, para volver a conquistar ese primer amor. 

ENCONTRARSE CON CRISTO, NO SOLO SABER DE ÉL

Volver al primer amor implica dejar de estudiar a Jesús como un personaje del pasado, y permitir que irrumpa hoy en nuestro presente con su voz viva. No se trata de saber sobre Jesús, sino de vivir con Él. Como dijo el Papa Francisco: “No es lo mismo haber oído hablar de Jesús que conocerlo... La fe nace del asombro de un encuentro” (Evangelii Gaudium, n. 7). Ese encuentro no es propiedad de unos pocos iluminados, sino el derecho y la necesidad de todos los bautizados. Un cristianismo sin encuentro es un museo. Pero un corazón herido tocado por Cristo se convierte en testigo. 

El teólogo José Antonio Pagola lo expresó con lucidez: “Una religión sin experiencia de Dios termina siendo un sistema que asfixia” (Jesús. Aproximación histórica, 2007). Volver al primer amor es recordar la mirada que nos cambió, la voz que nos llamó por nuestro nombre, y el momento en que supimos que la fe no era teoría, sino relación. 

VIVIR LA FE CON COHERENCIA, NO COMO UNA DOBLE VIDA

Uno de los mayores obstáculos para el testimonio cristiano hoy es la falta de coherencia. No basta con portar símbolos religiosos o frecuentar los templos si la vida va por otro camino. El amor primero a Cristo nos urge a la unidad interior. En redes sociales, circulan todo tipo de publicaciones piadosas y devocionales, oraciones “milagrosas” y “mágicas” que supuestamente te “solucionan la vida”, pero todo desvinculado de una experiencia viva de fe.  Como afirmaba san Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). No hay amor auténtico sin integración entre lo que decimos y lo que vivimos. Pedro Casaldáliga lo proclamaba con poesía y coraje: “La fe no es un lujo íntimo ni una devoción aislada. Es un compromiso que arde, que exige tomar partido por la vida”. 

Una vez me tocó presenciar una pelea entre dos integrantes de dos movimientos supuestamente católicos que van por el mundo promoviendo la “devoción a la virgen de Fátima”. Uno increpaba al otro: Nosotros tenemos el cuadro original, usted se está aprovechando de la fe de la gente. El otro apenas le decía, “la verdad, el cuadro es lo de menos, lo importante es la devoción”. Yo, pensé para mí, ni lo uno, ni lo otro, lo más importante es, como dijo María en las bodas de Caná “Hagan lo que Él les diga”. 

Sin citar otras tantas peleas entre otros movimientos que buscan poder y fama, y en donde la fe y el testimonio brillan por su ausencia. Podría narrarles muchas historias que me ha tocado presenciar en todo el tiempo en que ejercí el ministerio sacerdotal, pero prefiero seguir desarrollando la reflexión que me he propuesto en este artículo. 

Volver al primer amor es dejar de fragmentar la fe, y permitir que inunde todas las dimensiones: trabajo, relaciones, familia, política, descanso, economía, cuidado del cuerpo y del otro. Un corazón dividido no ama plenamente. Un cristiano dividido no ilumina. Un devoto fanático es un peligro para la fe.

 

VOLVER A LA COMUNIDAD: NO HAY CRISTIANISMO SIN COMUNIÓN

El primer amor no fue individualista. Jesús no llamó ermitaños, sino hermanos. Fundó una comunidad de amigos que aprendieron a lavarse los pies, a perdonarse y a sostenerse. Hoy más que nunca necesitamos redescubrir la Iglesia como un hogar de puertas abiertas. No una institución rígida, sino una fraternidad herida y sanadora. 

Como lo afirma el teólogo Leonardo Boff: “La Iglesia debe ser la casa abierta de todos los hijos de Dios, donde nadie es extranjero y todos tienen algo que aportar.” (Eclesiogénesis, 1978). 

Volver a la comunidad es reaprender a pertenecer. A sabernos parte de un cuerpo donde no se puede vivir sin el otro. El cristiano que camina solo se convierte en presa fácil del egoísmo o la desesperanza. Volver al primer amor es volver al nosotros. 

ESCUCHAR LA PALABRA, NO SOLO REPETIR FÓRMULAS

El cristianismo original era apasionado por la Palabra. Los primeros creyentes “perseveraban en la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42), y leían las Escrituras como quien escucha una carta escrita con sangre.

Hoy urge sacudir el polvo de la Biblia. No como un libro de citas sueltas, sino como una voz que atraviesa el alma. Enzo Bianchi lo expresa con valentía: “Cuando dejamos que la Palabra nos cuestione, ya no buscamos solo consuelo, sino verdad, incluso si duele”.

Volver al primer amor es abrir cada día el Evangelio como quien enciende una lámpara en la oscuridad. No para recitar fórmulas, sino para recibir dirección, consuelo, corrección y aliento. La Palabra no es un eco del pasado, es el latido de Dios hoy. 

SALIR DE UNO MISMO Y VIVIR PARA LOS DEMÁS

El amor primero no es ensimismado. Jesucristo, en su gesto de lavar los pies, nos reveló que el centro del cristianismo está fuera de uno mismo. Amar es servir. Volver a la esencia es salir de la burbuja del ego y abrazar el mundo roto. No se puede decir que se ama a Dios si se desprecia al pobre, al migrante, al diferente. Como decía santa Teresa de Calcuta: “Un cristianismo que no sirve, no sirve”. 

El primer amor es misericordia en acción. Son manos que curan, pies que caminan hacia el marginado, ojos que ven la dignidad en cada rostro. El amor cristiano no teoriza: transforma. 

DEJAR QUE LA FE TRANSFORME LA VIDA PERSONAL Y FAMILIAR

El cristianismo no se juega solo en la parroquia ni en las redes sociales. Se juega en la mesa del comedor, en la relación con los hijos, en la fidelidad cotidiana, en las reconciliaciones difíciles. 

El primer amor tiene rostro doméstico. Por eso san Pablo hablaba de las “iglesias que se reúnen en las casas” (cf. Rom 16,5). La fe, cuando es real, hace más humanas nuestras relaciones, más tiernas nuestras palabras y más solidarias nuestras decisiones. Pablo d'Ors lo resume bellamente: “La fe no es un adorno espiritual para personas ya buenas, sino una potencia de transformación real para quienes sufren, dudan y buscan sentido”. 

Una familia que ora se perdona y se escucha, predica más que mil sermones. Digo, ora, no la que impone rezos a granel… 

CONCLUSIÓN: VOLVER AL FUEGO, NO A LAS CENIZAS

El primer amor no es un recuerdo melancólico: es una llama que sigue viva en el corazón de Dios. Y si hoy nos parece apagada, no es porque se haya ido, sino porque la hemos cubierto con el polvo de la rutina, la tibieza o el miedo. 

Volver al cristianismo original es encender de nuevo el alma. Es dejar que el Espíritu Santo nos devuelva la pasión, la humildad, la radicalidad y la ternura de los primeros discípulos. Como diría san Juan XXIII: “No se trata de guardar una hornacina, sino de avivar una llama”. 

La invitación es clara: Vuelve a lo esencial. Vuelve al primer amor. Vuelve al Evangelio que te dio vida. Vuelve a esa chispa que un día te conmovió. Porque en ese fuego, arde el rostro de Cristo. Y en Él, todo se vuelve nuevo.

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1 Comentarios

  1. Excelente artículo. Gracias. A mi juicio estas son las ideas fuerza del escrito: "Un devoto fanático es un peligro para la fe", totalmente de acuerdo, en dicho contexto la fe ciega suele ser una aliada no conveniente; "El primer amor no fue individualista", el amor al prójimo debe ser el pan que cada día alimente el ser; en sentido de lo anterior, "El cristiano que camina solo se convierte en presa fácil del egoísmo o la desesperanza" y como lo expresa Luis Daniel en cita de Enzo Bianchi, debemos procurar que la palabra nos cuestione en búsqueda permanente de la verdad y de esta manera genera runa verdadera transformación en nuestra fe y en nuestras actitudes y, pues, volver a lo esencial, a lo sustancial, al primer amor, es dar vida al evangelio en nosotros mismos.

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Tu comentario ayuda a profundizar la reflexión y el análisis. Muchas gracias.