EL HIJO PRÓDIGO: UNA PARÁBOLA MÁS VIVA QUE NUNCA

Una parábola más viva que nunca

Muchos piensan que ya conocen esta historia. La han escuchado una y otra vez desde el catecismo, desde el púlpito, desde las hojas de algún devocionario viejo. Sin embargo, esta parábola no es un cuento moralizante para niños ni un simple retrato del perdón. Es, en realidad, una bomba de amor escandaloso, una grieta luminosa en la lógica fría del mundo, una parábola que no ha envejecido. Más bien, ha madurado con el tiempo. 

Hoy la miramos como un espejo: para algunos, el reflejo del regreso; para otros, el del resentimiento que aún no suelta el látigo; y para todos, el rostro de un Padre que no se cansa de esperar. Vamos a desmenuzarla con el bisturí de la exégesis, el alma de la hermenéutica y la voz profética  para nuestro tiempo.

I. “Un hombre tenía dos hijos…” (Lc 15,11)

Exégesis contextual

La historia comienza con una estructura binaria: dos hijos. En la tradición semítica, los hermanos representan no solo individuos, sino dos caminos, dos actitudes espirituales, dos maneras de estar ante Dios. Esta apertura recuerda otras duplas bíblicas: Caín y Abel, Jacob y Esaú… La tensión es inevitable.

El “hombre” representa a Dios, pero con un matiz revolucionario: no es el Rey-Juez de los salmos, sino un Padre que se dejará desbordar por su ternura. Ya desde aquí Jesús está diciendo algo contracultural: Dios no es un déspota, sino un papá herido.

Aplicación actual

Dios hoy no se revela a través de sistemas doctrinales fríos, sino en vínculos. La familia rota, los hermanos divididos, los padres incomprendidos: ese es el escenario contemporáneo de esta parábola. Nos toca de cerca.

II. “Padre, dame la parte de la herencia que me toca…” (Lc 15,12)

 Exégesis contextual

En la cultura judía, pedir la herencia en vida del padre equivalía a desear su muerte. Era, sin rodeos, un acto de ruptura radical con la familia y la tradición. El hijo menor está renunciando a sus raíces, su historia, su pertenencia.

Y sin embargo, el padre se la da. ¡Escándalo! No se opone, no lo castiga, no lo encierra en casa. Este detalle revela que el amor verdadero no controla ni manipula. Ama desde la libertad, aunque duela.

Aplicación actual

Hoy muchos jóvenes rompen con sus iglesias, familias, y herencias espirituales. ¿Y qué hace Dios? No impide el éxodo. Nos deja ir, porque sabe que el amor solo tiene sentido si es libre. Este es el drama de todo educador, de todo padre, de Dios: amar y dejar ir.

III. “Se fue a un país lejano…” (Lc 15,13)

Exégesis contextual

El país lejano no es solo geografía: es la lejanía existencial, el alejamiento del hogar interior. Allí no hay comunidad ni sentido. Solo consumo, aislamiento, desarraigo. El verbo griego usado para “vivir perdidamente” (ἀσώτως) denota disolución, vaciamiento.

El hijo se gasta todo: dinero, dignidad, identidad. La hambruna que sigue es la imagen del vacío total.

Aplicación actual

Vivimos en un mundo de países lejanos interiores: redes que simulan vínculos, vidas diseñadas para la exhibición y no para el arraigo. Derrochamos afectos, tiempo, vocación. Y un día, el alma tiene hambre.

IV. “Entró en sí mismo…” (Lc 15,17)

Exégesis contextual

Este es el giro. En griego dice literalmente: “regresó a sí mismo” (εἰς ἑαυτὸν δὲ ἐλθὼν). No es solo volver al padre, sino a la verdad más honda de su identidad. Volver a casa no comienza con los pies, sino con la conciencia.

Se prepara un discurso práctico, más negociador que arrepentido. No entiende aún el amor del Padre. Quiere trabajar, ganarse de nuevo su lugar. Pero el amor no se compra.

Aplicación actual

La conversión no siempre es un acto místico. A veces comienza con tocar fondo. Con decir “ya no más”. El verdadero regreso no es moralista, sino existencial: cuando dejamos de fingir, cuando nos miramos sin máscaras.

V. “Estando todavía lejos, su padre lo vio…” (Lc 15,20)

Exégesis contextual

Esta es la imagen más revolucionaria del texto. En Oriente, era humillante para un patriarca correr. Jesús muestra a un padre que corre, se desborda, se echa al cuello del hijo. No espera explicaciones. No deja terminar el discurso ensayado.

Le devuelve los tres símbolos: el anillo (autoridad), el vestido (dignidad), las sandalias (libertad). No lo trata como esclavo, sino como hijo restaurado.

Aplicación actual

Esta es la Iglesia que el mundo necesita: no la que examina pecados antes de dar la bienvenida, sino la que abraza antes de preguntar. No importa cuánto nos hayamos manchado: el Padre corre. Corre siempre.

VI. “¿Y yo? Hace años te sirvo…” (Lc 15,29)

Exégesis contextual

El hermano mayor representa al fariseo, al justo de la ley, al que cumple y espera recompensa. Es un hijo que vive en casa pero con corazón de esclavo. No ha entendido nada. No ama al padre ni al hermano. Solo sigue las reglas.

La parábola termina en suspenso. No sabemos si el hermano mayor entra. Jesús deja la decisión al oyente: ¿Quieres quedarte afuera, reclamando justicia, o entrar y abrazar la misericordia?

Aplicación actual

¡Cuántos cristianos se parecen al hermano mayor! Cumplen, pero no aman. Juzgan, pero no se alegran. Se creen en casa, pero no conocen el corazón del Padre. Esta parábola es para ellos también: no para señalar, sino para invitar.

El hijo pródigo somos todos

Todos hemos sido el hijo menor alguna vez: imprudentes, vacíos, rotos. Todos hemos sido el hermano mayor: duros, correctos, sin ternura. Y todos estamos llamados a parecernos al Padre: a correr hacia el otro, a restaurar sin condiciones, a celebrar la vida que vuelve.

5 Claves para nuestro tiempo
  • La libertad de Dios nos deja ir, pero su amor no se va.
  • El país lejano puede ser digital, emocional o espiritual.
  • La conversión empieza cuando dejamos de mentirnos.
  • Dios no exige golpes de pecho, sino que restituye por amor.
  • Quedarse en casa sin amar es vivir lejos con apariencia de cercanía.
Por Luis Daniel Londoño Silva, teólogo católico. dalonsi@gmail.com

¿Cuál es tu reflexión sobre esta parábola?

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