¿LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL AVANZA Y LA HUMANA RETROCEDE?

Mientras la inteligencia artificial sube peldaños vertiginosamente, la inteligencia humana, la que debería inspirar, escuchar, reconciliar y convivir, parece descender. No es un retroceso técnico, sino moral, cultural y espiritual: un empobrecimiento de la capacidad de vivir en paz y aceptar al que piensa diferente.

Introducción

Vivimos en una época donde el progreso tecnológico se anuncia como epopeya y el avance de la inteligencia artificial (IA) se mide como una carrera por la supremacía. Titulares de prensa nos bombardean con noticias de algoritmos que escriben poesía, diagnostican enfermedades y pilotean aviones. 

Como humanista, entiéndase, quien ha estudiado carreras relacionadas con humanidades y además, como quien ha ejercido por 18 años el ministerio sacerdotal, considero que, en efecto, hemos avanzado velozmente en el uso de la Inteligencia Artificial, para bien de la humanidad, gracias a Dios y, lamentablemente se ha retrocedido en Inteligencia Humana (IH). 

Somos incapaces de vivir en paz, de ser honrados, de aceptar al que piensa diferente, de ser verdaderamente humanos, de recuperar el encanto de amar, de abrazar, de soñar, de vivir libre de amarguras y venganzas para ser realmente libres y felices. 

En esta paradoja late una inquietud urgente: ¿Qué sentido tiene crear máquinas cada vez más inteligentes, si no cultivamos una humanidad capaz de convivir con ternura y razonamiento crítico? Este interrogante es para reflexionar en profundidad, no para satanizar o censurar la Inteligencia Artificial. Atrevámonos a mirarnos como seres humanos en todo su esplendor. 

1. El espejismo del progreso unidimensional

La fascinación por la IA ha creado una ilusión peligrosa: que el avance técnico es sinónimo de evolución humana. La historia nos recuerda que la tecnología no garantiza la ética. En la Segunda Guerra Mundial, la ciencia médica avanzó… mientras la dignidad humana se desmoronaba en campos de concentración. Hoy, la IA escribe ensayos y pinta cuadros, pero seguimos siendo incapaces de dialogar sin odio en redes sociales, de debatir sin destruir al adversario.

El progreso unidimensional es como un cuerpo que crece solo de un lado: pierde equilibrio y acaba por colapsar.

2. El analfabetismo emocional en la era digital

La educación contemporánea entrena para usar dispositivos, no para comprender al prójimo. Hablamos con fluidez el lenguaje de las máquinas, pero tartamudeamos en el idioma del respeto. La empatía, que debería ser músculo entrenado desde la infancia, se está atrofiando. 

Según estudios de la Universidad de Michigan, la capacidad de empatía en jóvenes universitarios ha disminuido un 40% en las últimas décadas, mientras la exposición a pantallas y redes ha aumentado de forma exponencial.

Sin inteligencia emocional, la inteligencia artificial se convierte en herramienta de frialdad y polarización, amplificando prejuicios y cerrando diálogos.

3. El falso consuelo de la homogeneidad mental

Uno de los retrocesos más alarmantes es la intolerancia a la diferencia. Muchos buscan rodearse solo de personas que piensen igual, como si la diversidad intelectual fuera una amenaza. Pero la historia del pensamiento humano —desde Sócrates hasta Francisco de Asís, desde Teresa de Calcuta hasta Martin Luther King— demuestra que las grandes transformaciones nacen del encuentro con el que desafía nuestra zona de confort mental.

El rechazo visceral al que piensa distinto no solo empobrece el debate: degrada la condición humana, porque nos vuelve incapaces de vivir en paz en un mundo que, por naturaleza, es diverso.

4. El riesgo de delegar nuestra humanidad

Si dejamos que la IA asuma tareas de creatividad, análisis y mediación, corremos el riesgo de subcontratar también la paciencia, la compasión y la búsqueda de sentido. La inteligencia humana no puede convertirse en un accesorio de lujo; debe ser el timón que guíe la nave tecnológica.

El verdadero peligro no es que la IA supere a la humana, sino que la humana renuncie a ejercitarse. Una máquina puede imitar un abrazo en un robot de compañía, pero no puede otorgar la calidez de un corazón que late con amor genuino.

5. Propuestas para una humanidad que no se quede atrás

  • Educación ética y digital integrada: no basta con enseñar a usar tecnología; hay que enseñar a discernir sus impactos y a convivir humanamente en entornos digitales.
  • Cultura del diálogo y la escucha: implementar en comunidades, parroquias, escuelas y empresas talleres permanentes de escucha activa y pensamiento crítico.
  • Entrenamiento en empatía: incluir programas de contacto real entre personas de ideologías, religiones y culturas distintas, fomentando la convivencia respetuosa.
  • Alfabetización emocional masiva: campañas que enseñen a gestionar emociones en redes sociales y a transformar desacuerdos en oportunidades de aprendizaje.
  • Tecnología al servicio de la reconciliación: desarrollar aplicaciones y proyectos de IA que promuevan la comprensión mutua, la cooperación y la mediación de conflictos.

Conclusión

La inteligencia artificial es un espejo que refleja tanto nuestro genio como nuestras carencias. Podemos programar máquinas que aprendan, pero el reto es reprogramarnos a nosotros mismos para desaprender el odio, el prejuicio y la indiferencia. El futuro no se decidirá en laboratorios de Silicon Valley ni en servidores cuánticos, sino en la intimidad de nuestras conversaciones, en la humildad de nuestras reconciliaciones y en la ternura con que tratemos al diferente.

Porque, si bien las máquinas pueden calcular el universo, solo un corazón humano puede abrazarlo.

Luis Daniel Londoño Silva. dalonsi@gmail.com - WhatsApp - 3124746574

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