LO QUE VALGO CUANDO NO VALGO NADA: Autoestima en tiempos de vacío y ansiedad

Por Luis Daniel Londoño Silva
Mgtr. en Violencia Doméstica y de Género, teólogo, escritor y comunicador

I. Un mundo que nos desconoce: el precio de vivir hacia afuera

Vivimos en una sociedad que te aplaude por lo que produces, no por lo que eres. Desde la infancia aprendemos a competir, a compararnos, a sobrevivir. Nos educan para gustar, no para gustarnos. Y poco a poco, sin darnos cuenta, dejamos de conocernos para cumplir con las expectativas de todos menos las propias.

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¿Cuándo fue la última vez que alguien te preguntó cómo estás sin esperar que respondas “bien” por compromiso? El problema de fondo es que hemos normalizado la ansiedad, el estrés y la tristeza como el precio de la modernidad. Y en medio de ese ruido, nos olvidamos de mirar hacia adentro, hacia el lugar donde nace nuestra identidad.

La psiquiatra Marian Rojas Estapé lo dice con claridad: “Cuando una persona se siente querida, liberada de juicios y respetada, su cerebro segrega oxitocina, la hormona del bienestar. Esa sensación de sentirse valioso es clave para tomar buenas decisiones y para construir relaciones sanas”.

¿Qué pasa cuando uno no se siente valioso, cuando uno se cree prescindible, invisible, o apenas tolerado?

 II. El poder de saberse digno: autoestima como cimiento humano

La autoestima no es una fórmula mágica ni un mantra repetido frente al espejo. Es la manera en que uno se percibe, se trata, se acepta y se levanta. Es saber que uno vale, incluso cuando no tiene reconocimiento, éxito o aplausos. Y esto no es autoayuda: es supervivencia emocional.

Una autoestima sólida es una especie de brújula interna. Te ayuda a mantenerte en pie cuando el mundo se derrumba, te permite decir “no” sin culpa y “sí” con sentido, y te conecta con tu dignidad más allá de los resultados.

Ventajas de una autoestima equilibrada:

Te hace menos vulnerable a la manipulación y al abuso emocional.

Te permite construir vínculos más sanos, sin codependencias ni sumisiones.

Favorece el pensamiento crítico y el discernimiento.

Te ayuda a ser fiel a ti mismo en vez de imitar lo que se espera de ti.

Protege tu salud mental y fortalece tu proyecto de vida.

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El filósofo Paul Tillich escribió: “El coraje es la afirmación de uno mismo a pesar de la no afirmación del mundo”. Tener autoestima es, en este sentido, un acto de valentía radical.

 III. Las grietas internas: cuando la autoestima se cae a pedazos

La baja autoestima no es sólo un problema psicológico: es una herida existencial. Quien no se siente digno de amor empieza a conformarse con migajas. A veces se trata de heridas de la infancia, otras veces del abandono, del bullying, de la exclusión social o de fracasos repetidos que terminan por convencernos que no valemos la pena.

Consecuencias de una baja autoestima:

Pensamientos autodestructivos y creencias limitantes.

Incapacidad para poner límites y tendencia a complacer a todos.

Relaciones afectivas desequilibradas, de dependencia o abuso.

Miedo paralizante al juicio o al rechazo.

Dificultad para tomar decisiones o asumir riesgos.

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Y lo más grave: una autoestima dañada te impide imaginar un futuro distinto. Como dijo Viktor Frankl: “Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. Para eso necesitamos volver a creer que valemos la pena.

 IV. El espejismo del ego: cuando la autoestima se vuelve arrogancia

No todo lo que parece autoestima lo es. Existe una versión falsa, inflada, narcisista, que se disfraza de seguridad, aunque no es más que miedo maquillado. Es el caso de quienes se sobrevaloran para ocultar un sentimiento profundo de vacío o inferioridad. Es un mecanismo de defensa, muchas veces inconsciente, que busca ocultar la fragilidad detrás de una máscara de superioridad.

Esta falsa autoestima se manifiesta en frases como “yo no necesito a nadie”, “soy mejor que los demás”, “los mediocres me envidian”, o “no me afecta lo que piensen de mí”, cuando en realidad viven dependientes de la aprobación y de los aplausos. Son personas que necesitan brillar constantemente para no sentirse anuladas, y que rechazan cualquier crítica porque la perciben como una amenaza a su frágil identidad.

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Consecuencias de la sobrevaloración del yo:

Relaciones rotas o superficiales, porque cuesta conectar con autenticidad desde la arrogancia.

Incapacidad de empatía, ya que el otro es visto como competencia o amenaza.

Autoexigencia extrema y perfeccionismo disfrazado de éxito.

Aislamiento emocional, a pesar de una aparente popularidad o carisma.

Ansiedad camuflada de hiperactividad y control excesivo.

En palabras del psiquiatra Enrique Rojas: “El orgullo es la armadura de quienes no han sabido amarse con sencillez”. Una autoestima sana no necesita humillar ni destacar por encima de nadie. No necesita máscaras. No tiene miedo al error. Puede mirarse al espejo sin gritar ni esconderse.

Como escribe José Antonio Marina: “La verdadera autoestima no se construye diciendo ‘soy el mejor’, sino aceptando la realidad de lo que soy con la intención de mejorarlo sin dejar de respetarme”.

 V. Caminos poco transitados para fortalecer la autoestima

Mucho se ha dicho sobre cómo mejorar la autoestima, pero muchas de esas recetas suenan vacías porque se enfocan en el maquillaje y no en la raíz. Aquí propongo caminos más humanos, más realistas y más transformadores:

Reconoce tus heridas sin quedarte atrapado en ellas: El primer paso es dejar de negar lo que duele y empezar a darle nombre.

Practica el silencio interior: No para huir del mundo, sino para escucharte sin interferencias.

Deja de pedir permiso para existir: No tienes que justificar tu valor con logros o títulos.

Haz cosas que te reconecten con tu esencia: Pintar, escribir, orar, caminar, crear… lo que despierte tu alma.

Rodéate de vínculos nutritivos: Las personas que te recuerdan tu valor son medicina emocional.

Aprende a decir ‘no’ sin culpa: Cada ‘no’ a lo que te destruye es un ‘sí’ a tu salud interior.

Trata a tu cuerpo con respeto: No como una máquina, sino como la casa que te permite estar vivo.

Reescribe tu historia con otros ojos: Tú no eres tu pasado. Eres lo que decides hacer con él.

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VI. Conclusión: vivir con dignidad en una época que deshumaniza

Este mundo seguirá siendo veloz, competitivo, exigente. Pero tú puedes elegir no tratarte como él lo hace. Puedes empezar por ser un refugio para ti mismo. Puedes dejar de mendigar valor y empezar a reconocerte como alguien que, incluso en sus momentos más oscuros, sigue siendo digno de amor.

Tú no eres lo que te pasó, ni lo que otros dijeron de ti, ni tus errores más grandes. Eres la posibilidad de transformarte. Y aun cuando sientas que no vales nada, hay una voz profunda que insiste: sí, vales. Incluso ahora. Incluso roto. Incluso sin certezas.

Lo que vales no se mide. Se vive y se defiende. Porque el mundo no va a detenerse para reconocerte, pero tú puedes elegir reconocerte cada día. Una autoestima verdadera no se grita: se respira. Se nota en cómo caminas, en cómo decides, en cómo te tratas cuando nadie te mira. Es una paz silenciosa que no depende del ruido de afuera.

Vive como si ya supieras lo que vales, incluso cuando no te lo creas del todo. Porque ese gesto, vivir con dignidad, es el primer paso para cambiar tu historia.

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1 Comentarios

  1. Muy buen ensayo Daniel, toca la raiz del porqué del vacio de nuesta sociedad, de la ausencia y solidad de tantos jóvenes que han crecido en un mundo lleno de esterotipos que apagan la dignidad de la vida. Miguel

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Tu comentario ayuda a profundizar la reflexión y el análisis. Muchas gracias.